Armoniza Lynton danza y dignidad

AutorErika P. Bucio

Anadel Lynton, una niñita rubia de 3 años, sonriente, con sombrero, aparece montada sobre un caballo que tira de una carreta con sus padres y su hermana pequeña, y detrás suyo una escenografía con nopales y la leyenda: "¡Viva México!". Su padre, profesor universitario, invitado a Stanford, en Palo Alto, California, cruzó con su familia a Tijuana. Esa escena del fotógrafo de agüita es su más temprano recuerdo del País.

A punto de cumplir 80 años (19 de junio), Lynton vuelve a mirar esa fotografía en blanco y negro: "Mis papás no lo sabían pero ahí sellaron mi destino", dice Lynton, bailarina, coreógrafa y performancera.

Pasa estos días en un hogar temporal al sur de la Ciudad. Tuvo que dejar su casa tras caer de las escaleras, en septiembre pasado. Sufrió una segunda caída y lleva ahora una prótesis en la cabeza del fémur. Se trató de un "doble destierro" porque a raíz del 19-S, la torre de investigación del Cenart, que aloja el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de la Danza (Cenidi), sufrió daños.

A Lynton (Nueva York, 1938) la trajo la danza. Un verano, en Villa del Carbón, Estado de México, como participante de una caravana que hacía trabajo en pueblos de México y Centroamérica, conoció al etnomusicólogo estadounidense Raúl Hellmer, quien era además jefe de grabaciones en Bellas Artes. Él la presentó con la coreógrafa Rosa Reyna, quien la invitó a bailar durante el otoño con las compañías de danza moderna. Aunque agradecida, la joven declinó la oferta. Tenía otros planes: iría en septiembre a la escuela de Martha Graham, la más prestigiosa de la costa este.

Siempre había querido estudiar ahí de tiempo completo, pero su padre le dijo que no podía costearlo y, como muchos padres, prefería que su hija estudiara una carrera que le permitiera sostenerse. Supo de la beca de la Fundación Ford para jóvenes destacados que le permitiría acceder a la Universidad de Chicago aún antes de terminar la preparatoria. Con ese programa de tres años no se estudiaba con libros de texto sino que se aprendía directo de las fuentes. Al graduarse, en la fotografía de grupo, entre sus compañeros con sus togas y birretes oscuros desentona la camisa amarilla de Anadel. "¡Hasta en la graduación!", le dijo su madre.

Una niña hiperactiva que no cabía en las reglas del sistema escolarizado tradicional con sus interminables porqués y cuestionamientos a sus maestros. Imploró a su padre que la cambiara a la escuela de su vecino Benny, un niño de...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR