Aristoteles y la lluvia, una vez mas.

AutorRossi, Gabriela

I

En Física (Fís.) II 8 Aristóteles hace algunas afirmaciones que recientemente han constituido ocasión para rehabilitar la tesis según la cual este filósofo sostendría la vigencia de cierto tipo de teleología natural interactiva o de segundo orden. (1) Se trata de lecturas formuladas por algunos autores provenientes de la tradición interpretativa anglosajona, según las cuales Aristóteles sostendría que llueve con vistas al crecimiento del grano sembrado, en el marco de su primera línea de argumentación dirigida a defender la tesis de que la naturaleza es una causa como "aquello con vistas a lo cual" en Fís. II 8. Esta afirmación acerca del "fin" de la lluvia, en caso de ser atribuible a Aristóteles, constituye una de las bases sobre las que se apoya la interpretación según la cual podría identificarse una teleología no sólo "inmanente" a cada sustancia natural, sino incluso una "de segundo orden", "externa", "interactiva", "global" o "universal", tal que los diferentes fines correspondientes a cada sustancia se ordenarían jerárquicamente, de donde resultaría que el fin de una sustancia o un proceso podría ser el beneficio de otra sustancia "superior" en la jerarquía natural. (2)

El problema relativo a la existencia de algún tipo de finalidad de segundo orden en Aristóteles, i.e., una que operase "por encima" de la finalidad inmanente a cada una de las sustancias naturales, es una cuestión de largo alcance alrededor de la cual existe una amplia controversia. (3) Incluso se discute, en torno a este problema, qué tipo de finalidad "extrínseca" a los entes naturales sería plausible atribuir, si acaso, a Aristóteles. Hay en este punto una amplia gama de matices que van desde la mera constatación de un orden intersustancial (el cual puede verificarse sin necesidad de adscribir al mismo un papel estrictamente causal respecto de las sustancias particulares y de las especies que lo integran), hasta una concepción finalista cosmológica vertical o de tipo teocéntrico, al modo del aristotelismo medieval, (4) pasando por concepciones cosmológicas de tipo antropocéntrico, al modo de Jenofonte (5) o, posteriormente, de Crisipo. (6)

En los años sesenta del siglo pasado, W. Wieland había sido uno de los primeros autores en ofrecer argumentos de peso contra la idea de que Aristóteles pudiera haber postulado un principio teleológico de tipo cosmológico (Wieland 1970, pp. 255-259) y enfrentarse a interpretaciones en ese momento tradicionales, como las de E. Zeller (1921, pp. 330 ss. y 427 ss.) y A. Mansion (1946), quienes, sin dejar de reconocer el carácter inmanente de la [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII] como causa final, sostenían al mismo tiempo la existencia de una finalidad externa a las sustancias como una suerte de principio cosmológico. Desde el ámbito de los estudios específicos acerca de la biología aristotélica, y ya en los años setenta y ochenta del mismo siglo, A. Gotthelf (1987) argumenta en pos de una interpretación fuertemente inmanentista de la teleología aristotélica, y M. Nussbaum (1978, pp. 59-106, esp. las pp. 60, 93-97), W. Kullmann (1985, p. 174), y D. Balme (1987a; 1992, pp. 93-98) sostienen la vigencia exclusiva de la teleología inmanente a las sustancias naturales y descartan la presencia en Aristóteles de una finalidad externa o de segundo orden, una "consecuencia horrenda" para cualquier interpretación, según el vehemente diagnóstico de D. Balme (1987b, p. 299).

Probablemente en gran medida a raíz de estos desarrollos, hacia fines de los ochenta E. Berti, sin dejar de reconocer que Aristóteles admite la existencia del orden intersustancial en el plano sublunar, diagnosticaba que las lecturas teocéntricas y antropocéntricas de la teleología aristotélica ya no constituyen opciones lo suficientemente serias como para ser objeto de discusión exegética, sino que el problema pendiente es más bien el de la relación entre la teleología metafísica y la física (sc. la relación entre el primer motor inmóvil como causa final y la finalidad natural inmanente). (7) No obstante, lo cierto es que de hecho ya se había postulado nuevamente la idea de una teleología "externa" en Aristóteles (Cooper 1982, pp. 217-221), y, más aún, algunos prestigiosos autores provenientes de otras tradiciones interpretativas logran, alrededor de estas mismas épocas, reinstalar la discusión acerca de una interpretación de la teleología aristotélica de corte cosmológico, como es el caso de D. Furley (1985), o incluso abiertamente antropocéntrico, como ha propuesto D. Sedley en un polémico artículo publicado a comienzos de los años noventa.

Tal como algunos autores que han tomado parte en este debate (cfr. Wardy 1993), considero que la cuestión relativa al problema de la vigencia de una teleología de segundo orden en Aristóteles tiene mucho de aporética, no sólo a partir de las dificultades interpretativas que ofrecen los textos en los cuales habría de decidirse esta cuestión, sino además y fundamentalmente desde el punto de vista sistemático. En efecto, si bien tiendo a creer que no es plausible adjudicar a Aristóteles una concepción teleológica natural de segundo orden, al mismo tiempo creo que hay que admitir que resulta difícil negar que existe el reconocimiento de algún tipo de orden intersustancial en la concepción de la naturaleza de este filósofo. (8) Cuál sea la causa, si es que la hay, del acuerdo intersustancial en el plano sublunar, resulta, a mi entender, poco claro a partir de los textos. (9) La aporía a que nos remite el problema puede reconstruirse del siguiente modo: si el orden intersustancial es el resultado del hecho de que cada sustancia realice su fin inmanente, entonces no hay causa final del mencionado acuerdo intersustancial en cuanto tal, sino de cada una de sus partes, lo cual es tanto como decir que dicho orden es en definitiva --y en el sentido propiamente aristotélico del término-- azaroso. Por el contrario, si optamos por afirmar que el orden es causado por una causa final, entonces habría que conceder que la misma operaría por encima de los fines intrínsecos de cada una de las sustancias, los cuales se subordinarían a ella, lo que parece a primera vista tan implausible como lo anterior.

Mi propósito en este texto, con todo, es mucho más modesto que el de intentar dar una respuesta a este asunto aporético de amplio alcance. Intentaré meramente comenzar a despejar algunas de las cuestiones concernientes a la base textual en la cual se apoya el renacido debate (o buena parte de él). Concretamente, me propongo ofrecer una serie de argumentos que abonarían la tesis según la cual Fís. II 8, al menos, no es uno de los textos en los que pueda apoyarse una interpretación "externa" de la teleología aristotélica, del tipo propuesto por autores como D. Furley o D. Sedley. De este modo, defenderé la lectura hasta hace poco tradicional, según la cual Aristóteles no sostiene, en este capítulo, que llueve con vistas al crecimiento del grano, en contra de lo que hoy constituye una opinión un tanto extendida. (10)

Si estoy en lo cierto, esto además restaría un apoyo fundamental a la interpretación según la cual Aristóteles sostiene una teleología natural de segundo orden, en cuanto el texto en discusión constituye el único pasaje físico de Aristóteles en el cual habría alguna oportunidad de encontrar la postulación de este tipo de teleología, y además se encontraría, nada menos, en el libro en que nuestro filósofo establece los principios y causas de la física como ciencia, es decir, en un texto fundacional de la filosofía de la naturaleza aristotélica. Dado que las lecturas que entienden que en este pasaje Aristóteles afirma que llueve con vistas al crecimiento del grano defienden la universalidad de la teleología natural, o bien, que la naturaleza exhibe una teleología antropocéntrica al modo estoico, en tal medida resulta para ellas especialmente importante encontrar apoyo en este pasaje de la Fís. Es el caso de D. Furley, quien centra toda su discusión en este capítulo de la Fís., y de D. Sedley, quien le otorga expresamente a la discusión de este texto un lugar central en su artículo.

II

La tesis según la cual la naturaleza ([TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]) es una causa en el sentido de "aquello con vistas a lo cual" o "el fin" se postula en las dos líneas iniciales de Fís. II 8 como aquello que ha de ser probado (198b10-11) y es reafirmada en las dos líneas finales, como aquello que se ha logrado probar (199b32-33). (11) A lo largo del capítulo encontramos tres grandes líneas de argumentación dirigidas a defender dicha tesis, que había sido introducida por vez primera en el capítulo 2 del mismo libro (194a27-29). (12) Nos ocuparemos aquí de la primera argumentación.

La tesis central del capítulo se plantea desde el comienzo como contrapuesta a la tesis --atribuida a Empédocles-- según la cual el modo en que los animales se generan, y la constitución de los animales a partir de sus partes, ocurren por azar. Esta última tesis se menciona inicialmente en el marco de una posible objeción o dificultad ([TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]) y es en este contexto donde Aristóteles introduce las afirmaciones controvertidas acerca de la supuesta finalidad de la lluvia. Citaré in extenso el texto en cuestión para poder analizarlo luego con detenimiento.

Y existe la siguiente dificultad [[TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]], a saber: (I) qué impide que la naturaleza no haga (las cosas) con vistas a algo, ni porque es mejor, sino (a) tal como Zeus llueve; (13) i.e., no para que crezca el grano, sino por necesidad (pues es necesario que lo que se ha elevado se enfríe, y habiéndose enfriado, al convertirse en agua (es necesario) que caiga; en cambio, acaece [[TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]] que cuando ocurre lo anterior crece el grano). Del mismo modo, si el grano se le arruina a uno en el sembradío, no llueve con vistas a esto; v.gr., para que se arruine (el grano), sino que ello acaeció. De modo que (b) ¿qué impide que, en la...

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