Argonáutica / Un tren largo como el verano

AutorJordi Soler

Que te deje el tren es algo serio, tan serio como que el tren no quiera dejarte, pensaba yo mientras veía pasar el tren que va de L'Escala a Sant Martí de Empúries, a la altura de la playa del Portitxol. Este tren, como hay muchos en los pueblos de la Costa Brava, no va en rieles sino en ruedas de coche, pero fuera de este detalle funciona como un tren normal, tiene un maquinista, cinco o seis vagones y sustituye el característico chu-chu de la chimenea con una campanita que avisa a la gente que el tren se acerca. Los vagones no tienen ventanas, van a los cuatro vientos y esto permite que los pasajeros disfruten plenamente del paisaje, y también que los que están en el paisaje, como yo que estaba en la playa Portitxol, disfruten de los gestos, los visajes y las exclamaciones de los pasajeros.

Yo esperaba en la playa a unos amigos que, siguiendo mi recomendación, habían abordado el tren en L'Escala, rumbo a Portitxol, con la idea de irse familiarizando con el paisaje de Empúries que en el tren de ruedas de coche va metiéndose por los cuatro costados del vagón. Cuando oí que el tren de las doce se aproximaba, porque a lo lejos sonaba el chu-chu falso de su campanita, abandoné mi lectura en la sombra para recibir a mis amigos que, según había calculado, venían en ese tren.

Me paré junto al Paseo Marítimo, que es el camino de asfalto que sirve de vía, y vi cómo mis amigos pasaban de largo rumbo a Sant Martí y me decían adiós con la mano, muy contentos y animados con las vistas de Empúries. Ligeramente contrariado regresé a mi lectura en la sombra, una lectura parcial porque en la sombra de junto había un bullicioso grupo que analizaba la bola que durante la noche le había crecido en la frente a uno de sus amigos. El pobre hombre, que había dormido hasta tarde, había aparecido como si nada, con su toalla en un brazo y su bola en la frente, y todos sus amigos habían reculado al verlo, incluso una chica había lanzado un grito de espanto; pero unos segundos más tarde el susto había pasado y sus amigos lo atendían con una preocupación que cinco minutos después, en lo que yo iba a recibir en falso a mis amigos, se había diluido en tres posibles conclusiones, a saber: se había golpeado sin darse cuenta con la cabecera de la cama; le había picado un bicho; se trataba de una reacción alérgica al sol.

Las tres teorías parecían improbables pero habían logrado relajarlos, incluso a él, que cuando regresé de ver a mis amigos pasar rumbo a...

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