ARGONÁUTICA / La recamarera

AutorJordi Soler

Abrí un libro de Flaubert (La educación sentimental), como quién abre el clóset, y me encontré con el pie de la señora Arnaux, ese que tanto turbaba al joven Fréderic y del que hablé, aquí mismo, hace quince días. El caso es que, emocionado con ese pie, que iba oculto, como la perla en su concha, en un sugerente botín, fui desesperadamente a revisar ese homenaje a los botines, y a los pies, que es la película El diario de una recamarera (1964), de Luis Buñuel.

Si no enseña nada, ¿puede ser sugerente un botín? Me parece que sí, porque al no enseñar nos deja la posibilidad de imaginarlo todo, cosa que no pasaría si el pie de la señora Arnaux, o el de la recamarera del que hablaré a continuación, estuvieran medio cubiertos por un huarache o una chancla, pues nos dejaría solo la mitad, o una décima parte, para imaginar, y coincidirá usted conmigo en que un pie, sin margen para la imaginación, no es más que un pie.

La actriz de El diario de una recamarera, y la dueña de estos emblemáticos botines que, después de los de Flaubert, me abalancé a mirar, es Jeanne Moreau. En varios libros, de actores, directores e investigadores del cine, figura la información de que la actriz admiraba a Buñuel sin medida y que durante el rodaje intentó, al parecer sin éxito, llevárselo al huerto. Recordemos que Buñuel era un hombre de pocos devaneos, de sólidos cascos y hermética domesticidad; él mismo nos cuenta en su Diario que...

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