Argonáutica / El mensaje

AutorJordi Soler

Durante las últimas dos semanas, la Tierra, este mundo en donde vivimos y acaso nos reproducimos, ha enviado dos mensajes, yo diría que contundentes: uno un jueves y otro al siguiente jueves. Aquí ya puede irse viendo una sospechosa simetría.

El primero salió de la Isla de Flores, en Indonesia, donde un grupo de antropólogos y arqueólogos anunció, desde la perplejidad, el descubrimiento del Homo Floresiensis: un hombrecillo de un metro de estatura y 30 kilos de peso que no era un niño, sino un adulto barbado con una pelambre en los hombros que le bajaba hasta el pecho.

Se trata, claro, de los restos fósiles de un hombre que descuadra la teoría de la evolución de las especies y que obliga a replantear las claves de nuestro origen. A mí, más que nuestro origen, me preocupa dónde vamos a acabar.

Antes de que aquella cuadrilla de expertos occidentales descubriera al Homo Floresiensis, en la Isla de Flor había cierta información que parecía cuento antes del hallazgo: los vagabundeos de un elefante enano de nombre Stegodón, y el triscar de un hombrecillo peludo de un metro y 30 kilos de peso de nombre Ebu Gogo.

Pues Ebu Gogo, cuyo antepasado es sin duda el Homo Floresiensis, aparece por las cocinas de las casas de la isla y se lo come todo, hasta lo que no debía comerse, como los platos y la cubertería; y, a veces, cuando lleva un hambre incontrolable, la silla, la mesa o el antebrazo de un dueño que pretendía salvar sus posesiones.

Ebu Gogo es gracioso, pero también es un monstruo que hasta hace dos semanas parecía producto de la imaginería de la isla, y hoy...

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