ARGONÁUTICA / Del libro y la película

AutorJordi Soler

Siempre he encontrado absurda la comparación entre la literatura y el cine, entre las novelas y las películas o, llevando la idea al plano personal, al nivel práctico: entre el lector y el espectador de un film.

El primero sostiene un libro y se encorva para leerlo, o está echado en un sillón, estirado, con el libro sobre el pecho, o sostenido a una altura pertinente para que los ojos alcancen a leer la historia, o el verso, o la idea, o la ecuación vital.

El segundo está cómodamente sentado en una butaca, echado o bien incorporado, y sin contacto físico con la obra que se proyecta delante de sus ojos. Al lector el libro puede caérsele de las manos, pero no es responsabilidad del espectador que está sentado en una butaca, que la película se interrumpa, sea proyectada en desorden o se queme. También es verdad que en ocasiones, cuando un libro se cae de las manos, no es culpa del lector, sino de quién lo ha escrito.

No es lo mismo ver imágenes, que leerlas, porque quién las lee tiene que imaginarlas para poder verlas, a diferencia de quién se sienta a contemplar, desde su butaca, la imagen ya construida, el personaje inamovible que ya tiene un físico definido, y una forma de desplazarse por el espacio, y de irrumpir en el silencio con una voz específica de cierto tono, textura y color. ¿Qué tanto puede imaginarse de un personaje que interpreta Robert de Niro? Tampoco tiene nada que ver, entre un lector y...

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