Argonáutica / Los figurantes

AutorJordi Soler

Hace unas semanas, después de la ceremonia de los premios Goya, salió publicada una noticia de difícil digestión. Tan difícil que apenas hoy, varias semanas más tarde, me pongo a escribir sobre ella. Los premios Goya, para quien no lo sepa, son el equivalente español del Ariel, o del Óscar, y la gala que se monta el día de la premiación consta de, aproximadamente, los mismos elementos: alfombra roja en la entrada del teatro, entrega jerarquizada de premios, discursos y algunas lágrimas, y al final un exclusivo coctel que, a juzgar por esta noticia que he tardado tanto en digerir, no debe ser demasiado exclusivo.

Un periodista metido en el tumulto que se agolpaba a las puertas del teatro notó que había gente que no sabía por qué motivo estaba ahí, aplaudiendo rabiosamente y gritando de ansiedad. Que no se me malentienda: la gente estaba consciente de sus propios aplausos y gritos (este artículo no va de amnesias ni esquizofrenias), lo que ignoraba era a quién iban dirigidos esos gritos y aplausos suyos.

"¿Y a quién le aplaude usted?", preguntó el periodista a una señora que no podía ocultar su júbilo; "No sé", respondió sin dejar de aplaudir, "me pagaron por estar aquí aplaudiendo y gritando". El periodista, desconcertado, fue a preguntarle sobre el fenómeno al productor de la ceremonia, un señor de nombre Emilio Pina. "En una ceremonia del cine español no puedes arriesgarte a dar una imagen negativa", dijo, y después explicó que, flanqueando la alfombra roja por donde entrarían los actores, había trescientos figurantes aplaudiendo y gritando como si fueran fans espontáneos. Y, todavía más, dijo que adentro también había figurantes ocupando los asientos vacíos y, lo que ya empieza...

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