Argonáutica / Aladino en NY

AutorJordi Soler

Había una vez un borrachín que hurgaba, con cierta desesperación, entre dos contenedores de basura que estaban en la esquina de Lexington y la 59. Metía un brazo por el espacio que quedaba libre y al no alcanzar el objeto que quería lanzaba un gemido lastimero, muy sonoro y en buen inglés, porque aunque el borrachín había nacido hablando español en Honduras, estaba en Nueva York y era consciente de que uno gime para que lo oigan los otros, y para que eventualmente lo compadezcan y lo ayuden.

El gemido era pues preventivo y constituia una solicitud de ayuda que al final terminaría revirtiéndosele al borrachín, que no sólo era un tío torpe y gordo, también estaba, en el preciso instante en que estas líneas se iban escribiendo, herméticamente alcoholizado, y esta condición le restaba visibilidad, pulso y puntería.

Un joven relamido y de Hugo Boss pasó por ahí y al ver la desesperación del gordo, ofreció su ayuda. "No puedo alcanzar mi botella", exclamó el hombre en inglés, y al muchacho, que ostentaba el nombre de John Fitzgerald Aladino, le bastó un habilidoso requiebre de plexo y caderas, más un esforzado estirón de brazo, para coger la botella por el cuello. "Ya está", dijo, pero en cuanto la tuvo en la mano sintió que estaba en posesión de un objeto milagroso, una cosa extrasensorial y altamente premonitoria, porque se trataba de una botella estándar de vino, medio llena, con algo mágico y vibrante en su interior.

Aquello mágico y vibrante no era, desde luego, el vino: era algo más espiritual, como un aura o una...

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