ARGONÁUTICA / El tenista

AutorJordi Soler

El tenista Rafael Nadal, el número uno del mundo, empieza a convertirse en un personaje literario. Las noticias que genera ocupan siempre las páginas deportivas de los periódicos, o las de sociales cuando algún fotógrafo lo sorprende con su novia en las playas de Mallorca, pero su reciente claudicación, ha perdido en Roland Garros y ha renunciado a Wimbeldon, tiene las dimensiones de una obra dramática de Shakespeare. Ya he contado en este mismo espacio que sigo la carrera de Nadal, de manera pasiva por televisión, desde que era un adolescente explosivo, con maneras de número uno del mundo; también he reflexionado sobre la importancia del trabajo mental, obviando el trabajo físico, que ha llevado a Nadal a la cumbre del tenis; es un hombre solo que se enfrenta a un rival durante dos o tres horas y que está obligado a gestionar la catarata de pensamientos, positivos y negativos, que amenazan su concentración, cosa nada fácil y talento que, con frecuencia, distingue a un buen tenista, de un tenista excepcional, que es justamente ese hombre que derrota a sus rivales pero que, sobre todo, sabe controlar su flujo reflexivo. La razón por la cual Nadal ha claudicado, en el mundo físico, es que tiene lastimada una rodilla y que el dolor que le produce la lesión no lo deja jugar bien; pero los que hemos seguido su carrera desde el principio (desde el sillón, repito), detectamos que el verdadero derrumbe tenía lugar en la cabeza y esto acaban de confirmarlo dos periódicos ingleses que revelaron, y después la noticia hizo eco en todos lados, que los padres de Nadal se han separado, un hecho aparentemente banal para un campeón del mundo, pero que en realidad es muy grave y tremendamente...

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