ARGONÁUTICA / Fumar

AutorJordi Soler

Johann Joachim von Rusdorff, embajador de las orillas del Rhin y poseedor de un nombre que debiera mejor ladrarse, informaba en 1627, en las páginas de un cuadernillo donde anotaba sus elucubraciones diplomáticas, una filípica sobre el acto de fumar, una moda que había sido importada recientemente de América, a la que calificaba, con gran simpleza y un resto de cursilería, como "la borrachera de nubes".

No sé cómo hemos perdido de vista a Johann Joachim von Rusdorff, a la hora de discutir sobre los demonios y las virtudes de fumar; en la figura de aquel embajador está la semilla de la ley antitabaco y de la satanización del pobre fumador contemporáneo. La culpa de que usted no pueda atemperar la digestión con un sabroso puro o cigarrillo es del embajador von Rusdorff, no le demos más vueltas, y si a caso añadamos el nombre de Jacob Blade, escritor y sacerdote jesuita que unos años más tarde, en 1658, reconcentró un poco más la definición que von Rusdorff había hecho del acto de fumar, la volvió más directa, más magra y amarga, juzguen ustedes: "la ebriedad seca".

Gracias a estos detractores el placer de fumar nació en Europa como un vicio que, encima, estaba contrapunteado con la inteligencia, porque emborracharse con las nubes parece cosa de tontos y ponerse ebrio en seco recuerda los tormentos que se autoinflige un faquir. Lo cierto es que en menos de cuatrocientos años la idea conservadora y puritana que estos dos señores tenían del cigarro, ha acabado imponiéndose, a pesar de que los forofos de la "ebriedad seca" surtieron durante décadas a la iconografía mundial de entrañables imágenes de fumadores empedernidos, como Humphrey Bogart en Cayo Largo o Martin Sheen en Apocalipsis, por citar dos que me parecen emblemáticos.

Esta...

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