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AutorFernando M. González

La renuncia de Benedicto XVI introduce algo inesperado en una larga tradición -con algunos accidentes mínimos-, ya que parece contradecir una supuesta orden que vendría desde el propio Jesucristo, el establecimiento de una línea de continuidad casi sin fallas en la cual no le queda al que ocupa la posición de Papa sino asumirla hasta su muerte. Como si ocupar el lugar se volviera consustancial mientras viva el ocupante.

Una exégesis popular de siglos ha repetido hasta la saciedad la verticalidad y el tipo de obediencia que tiende a reinar en la Iglesia católica, incluso antes de fundada. Desde María diciendo: "He aquí la esclava del señor", pasando por Cristo que acepta la cruz por obediencia a su Padre y por rescatar a los hombres del pecado, hasta de manera menos grandilocuente, pero sin duda efectiva: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia". Parecería que, así como se es sacerdote para siempre y casado para siempre, así se era Papa una vez nombrado por el cuerpo cardenalicio.

En ese poder que terminó siendo una monarquía absoluta en la que el Pontífice termina anulando la división de poderes democráticos, el acto autolimitativo de Benedicto XVI no deja de constituir algo insólito y singular, pues parece desobedecer una orden y romper con una continuidad esperada.

Como bien lo señala la historiadora Marina Caffiero, su renuncia introduce una perspectiva novedosa en el ejercicio papal a saber: deja de ser "una misión vitalicia" y se convierte en un trabajo para el cual hay que saber medir las fuerzas. La secularización se insinúa en el lugar aparentemente más sacralizado de la estructura burocrática eclesiástica. Y que precisamente venga de este hombre que ha ocupado tres posiciones centrales dentro de dicha estructura: la de intelectual, la de inquisidor y la de Papa, que puede decirse a sí mismo que nada de lo referente al poder eclesiástico más contundente le fue ajeno, no es insignificante.

Educado para ejercer un discurso pleno, sin fallas, siempre con una explicación a la mano que impidiera mostrar las fisuras y contradicciones insolubles, preparado para cortar las cabezas de los teólogos disidentes o heterodoxos, de pronto le estalló en su pontificado lo que él contribuyó a silenciar a ciencia y conciencia antes de ejercer como Papa: la vida sexual del clero en su parte más turbia y violenta, la pederastia, y la poca probidad en las finanzas de la banca vaticana, que su predecesor se encargó de tocar mínimamente. Y...

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