Antonio Gamoneda: Crea poesía que toca

AutorPedro Serrano

La poesía de Antonio Gamoneda se produce siempre gracias a una intensificación del lenguaje, un enrarecimiento, equivalente a respirar un aire apretado y asfixiante. Gamoneda es un hombre bajito e hirsuto, fornido, como un duende venido de un larguísimo viaje por oscuras masas vegetales y silenciosas, un ser que ha vivido siempre en la base de un árbol tan entramado como contenido, y sus poemas son invitaciones que este misterioso gnomo nos hace para entrar subrepticiamente a los oscuros recovecos de su casa silvestre.

Hace unos dos años, gracias a la generosidad del poeta canario José Carlos Cataño y de Salomé Serna, responsable de literatura de la Fundación La Caixa, tuve el privilegio de participar en una serie de lecturas en Caixa Forum de Barcelona, una antigua fábrica de ladrillo convertida en centro cultural y galería. En esas lecturas, que duraron todo el mes de noviembre, la figura principal era indudablemente Gamoneda. El día de su presentación, leyó sus poemas con voz sorda y enfática, lentamente, como si recorriera toda su experiencia en cada palabra que decía. Al final habló de lo que es para él la experiencia poética, que no sólo sucede en los poemas, dijo, sino también en algunas novelas, como las de Faulkner. A veces, señaló también, esa experiencia no está en los poemas, cuando éstos se acomodan en un lenguaje plácido, "normalizable". Esos poemas diría él, comunican pero no tocan.

Al terminar aquella lectura nos fuimos a cenar. No fue una cena de grandes manteles ni muchos comensales. Éramos cuatro personas nada más. Gamoneda extendió sobre la mesa, una tras otra, una innumerable serie de cápsulas y pastillas, que fue tomando a lo largo de la cena, unas al principio, otras a la mitad, otras al final. Eso no le impedía hablar, ni beber vino, ni comer el jamón y las otras cosas que iban apareciendo en la mesa, en medio de la conversación. Gamoneda, que nació en Oviedo en 1931, llegó a vivir a la ciudad de León a los 5 años de edad, poco después de la muerte de su padre. Allí aprendió a leer en el único libro que había en casa, un libro de poemas escrito precisamente por su padre. La historia es parabólica, pues al tiempo que aprendía las letras que forman las palabras, el niño entraba en el ritmo y los acomodos que forman un poema, pero también lo iba haciendo en la voz y respiración del propio padre. Si aprender a leer es algo misterioso, más lo es hacerlo en las estructuras de un poema, que desdibujan las definiciones...

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