Antecendentes y realidades de una Revolución Cultural

AutorMauricio Velázquez de León

NUEVA YORK.- El mundo es un lugar complicado, pero leer solía ser un placer. Leer en el mundo existente ya no resulta sencillo. Cuatrocientos cincuenta años de avances tecnológicos se han encargado de embrollarlo todo, mezclar invenciones, fabricar híbridos que confunden funciones y definen sus nuevos conceptos.

Un libro solía ser sólo eso: un libro, un conjunto de páginas ordenadas para su lectura. Un volumen, habría que decirlo, tanto por su física corpulencia como por su relación gramatical con el texto, el tomo, el ejemplar. Hojas de papel y palabras impresas capaces de llevarnos al mundo de los asombros.

Hoy el libro quiere ser otra cosa, o al menos es la pretensión de caciques informáticos, alborotadores corporativos y profetas geniales. No hay nada malo en los avances o en el cosmos de las invenciones, de no ser que por principio habría que entrecomillar el progreso y que cuando llega no es válido echar marcha atrás. Sin caciques y alborotadores no habría revolución posible, y los profetas siempre pueden echar una mano. Esta revolución pretende acabar con el libro, al menos el que hoy conocemos, como forma predominante de lectura.

Irónico es escribir estas líneas en una computadora capaz de proyectarme películas, y que usted haya llegado a este punto de la lectura, quizás con su teléfono celular a la mano, frente a una pantalla desplegando correos electrónicos, o desayunando frijoles calientitos del microondas. No parecería una línea de pensamiento coherente. Por eso cabe aclarar que no se trata de un ataque a la tecnología. ¿Quién sería yo, o usted, de no ser que usted sea Bill Gates, para cuestionarla? Después de todo, para cuando uno se da cuenta, ahí está. En los aparadores, en las revistas y ¡zaz! en nuestros escritorios, portafolios, automóviles y egotecas. Mi PC tiene sonido surround y es pequeñita, ¿y la suya?.

Ayer leí 44 páginas de Mobby Dick. Aquí mismo, en la pantalla de mi Toshiba. Le dicen e-book o e-libro gracias al contemporáneo boom del prefijo e- que antecede a electrónico, en el correo, el comercio, las auditorías y el sexo. Me columpié hasta la página mil 769 y ahí estaba la ballena, el obsesionado Capitán Ahab, y el contenido completo de la prosa de Herman Melville, justo sería decir, con prólogo, ilustraciones y portada incluidos. Era en sí mismo el volumen de la literatura clásica, pero era también un ejemplar sin volumen, una mágica suerte de esas a las que sólo podemos acceder gracias a los evolucionados...

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