Angeluz: Horror a la mexicana

AutorRafael Aviña

Sin duda, uno de los grandes géneros en la historia del cine, y también uno de los más vilipendiados y sobrexplotados, es el terror. Está por demás decir que los maestros del tema son los estadunidenses, seguidos de las inquietantes muestras del cine británico (la casa Hammer, por ejemplo) y el cine italiano con personalidades como Bava, Fulci o Argento.

En ese contexto, el cine mexicano que ha incursionado en el fantástico y principalmente en el horror, aparece como el pelo en la sopa. Sin embargo, sus películas, proclives más a la risa que a la paranoia y la reflexión, resultan un curioso y atractivo ejemplo de una cinematografía en crisis permanente ya sea copiando modelos o buscando salidas insólitas.

Lo anterior viene a colación debido al estreno de lo que parecía una película inestrenable, Angeluz (1998), escrita y dirigida por el joven videoasta autodidacta, Leopoldo Laborde (1970), y producida y protagonizada por Hugo Stiglitz, alma del proyecto que acabó por moldearla a su manera, ahuyentando la posibilidad de la parodia para apostar en serio por un filme que terminó siendo de pena ajena y humor involuntario.

Con todo, lo primero a rescatar es la valentía de Artecima para distribuirla y el entusiasmo de un aspirante a realizador que no se ha detenido ante nada con el fin único de filmar, y en ello cabe su fugaz estancia en el CCC y una prolífica filmografía a su corta edad: cerca de diez largometrajes en video y varios cortos realizados de manera independiente.

Angeluz resulta una cinta antológica dentro de ese género en el olvido permanente, un cine ultrabarato y en ocasiones ingenioso minimizado por los reseñistas de la cultura oficial, o por el prestigio artificial de varios de nuestros clásicos cinematográficos. Un cine que arrancó desde principios de los años 30, se depreció y ahora ha despertado de nuevo el interés en los jóvenes (el éxito de Guillermo del Toro es el mejor ejemplo).

Por desgracia, la trama y la concepción misma del relato se acerca más (incluyendo las referencias) a varios de los lugares comunes de los filmes de explotación hollywoodense y algunos neo clásicos como El Exorcista, La Profecía, o El Cuervo, desechando las enseñanzas de un Fernando Méndez, Chano Urueta, Rafael Portillo (el de La Momia Azteca) y, sobre todo, de ese gran artesano y renovador del género que fue Carlos Enrique Taboada.

Uno de los textos publicitarios resulta elocuente: "la película es un drama con tintes de terror y está inspirada en...

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