El ángel que me visitó (I)

Soy una mujer de trabajo y dedicación, pues desde los 16 años empecé a laborar en una empresa de esta ciudad de Monterrey.

Mi familia está formada por mi esposo Pilar, mi hija Abi , Rosa y Daniela la más pequeña de ocho años.

Cuando Daniela nació un día 6 de mayo de 1995, los médicos me dijeron que era un auténtico milagro, pues según esto, yo estaba operada para no tener más hijos.

Esa luz plateada de forma áurea que la envolvió cuando salía de mi vientre, era realmente un presagio divino de lo que vendría.

Me miraba con sus hermosos ojos de grandes pestañas, su cara blanca, redonda y enmarcada por su cabello rizado.

En sus primeros años de vida desgraciadamente le diagnosticaron la enfermedad de Cushing, debido al crecimiento excesivo de la glándula hipófisis ubicada en la base del cerebro.

Debido a esto, su cuerpecito secretaba una hormona llamada cortisol, que por sus efectos parecidos a una anestesia, no me daba cuenta cuando a la pobrecita le dolía algo.

Su riñón se dañó también y luego presentó una insuficiencia renal y respiratoria.

Cuando mi princesita ( así le gustaba que le dijera) tenía tres años, me comunicaron los médicos que presentaba cierto grado de autismo y entonces tuve que dejar mi trabajo de dos décadas para dedicarme enteramente a ella.

Sin embargo, la situación económica fue complicándose, a tal grado que perdí casa, carro y otros bienes.

Entonces, gracias a Dios, conseguí un trabajo en Tránsito de Monterrey, que nos ayudó sobre todo porque contaba con el servicio médico en la Clínica de los Burócratas.

Un día se puso muy mala y la llevé de emergencia a este lugar; ahí empezó el calvario para todos nosotros.

Los doctores me decían que necesitaba con urgencia un transplante de riñón, que debía estar conectada por siempre a un tanque de oxígeno y que, por si fuera poco, su corazón estaba aumentando de tamaño.

Pasó un mes y tuvimos que trasladarla al Hospital Civil, donde a los dos meses de haber ingresado se nos puso muy grave y fue llevada a cuidados intensivos.

Yo no podía acercarme a ella, pues en cuanto me escuchaba, luchaba con el aparato al que estaba conectada y entonces, debido al esfuerzo, su corazoncito se aceleraba.

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