Andrés Clariond Rangel / Manual para trineo

AutorAndrés Clariond Rangel

Caminando por una calle de Monterrey fue lo último que pensé encontrarme. ¿Cómo algo tan preciado iba a terminar atorado en una alcantarilla oxidada, entre preservativos, colillas de cigarro y chicles masticados?

Desafiando cualquier probabilidad, ahí estaba suspendido y oscilando presa de la fétida brisa subterránea. ¿Qué podrá contener un sobre cerrado en estos tiempos?

Hace 70 años una carta olvidada en el suelo hubiera emocionado a cualquiera. El trayecto para recogerla habría disparado mil hipótesis románticas: la declaración del enamorado que por negligencia del cartero no llegó a la amada, las fotografías familiares que fueron censuradas del álbum, el centenario del abuelo o la confesión de una infidelidad.

Pero en los albores del 2015 un hallazgo de esa especie sólo alimenta hipótesis de terror: una amenaza, la extorsión de la mafia, una oreja o dedo como prueba fehaciente de secuestro o, a tono con el primer mundo, ¿por qué no un poco de ántrax?

Temblando y anteponiendo la curiosidad a la prudencia, me armé de valor para tomarla. Al voltearla leí el nombre del destinatario: con sobriedad y en tinta negra venía la palabra Santa.

Inmediatamente la relacioné con la Santa Muerte, o con un cártel de nueva creación: la santa generación, la santa familia, la santa estirpe o la santa hierba.

¿Cómo se me fue a olvidar el gordito barbón? La carta no era sino para el mismísimo Santa Clos. Más que una lista de caprichos infantiles, era un manual sobre cómo conducirse en la Ciudad, el País y el mundo.

El niño remitente debió suponer que, a pesar de tantas décadas que lleva recorriendo el mundo Papá Noel, a un ritmo de una noche al año es imposible percibir la realidad de las cosas.

Además, cuando el señor Clos no anda en rondín, de poco se entera desde su cómodo aposento en el Polo Norte, donde su esposa le esconde las malas noticias para que no dé por desahuciada a la humanidad y cancele su misión.

Me permito a continuación, sin permiso de su autor, a transcribir la misiva.

Querido Santa:

No sé si empezar esta carta dirigiéndome a ti en masculino o femenino. No porque hayan llegado hasta acá rumores de tu identidad sexual. Simplemente porque en mi país la cuota de género está dura y no dudes que pronto Mamá Clos tome el control del negocio de regalos y te mande a la línea de envoltura.

Si en tu viaje logras sobrevivir al calentamiento global, los bombardeos en Siria, las locuras de los norcoreanos; si eres capaz de perforar el blindaje...

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