Andar y Ver / Canetti, anotador

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

En los festejos por el centenario de Elías Canetti sobresale la autoría de Masa y poder. Bien podría compendiarse su genio en ese ensayo luminoso. Reflexión poética sobre el siglo XX, mural del pánico y la embriaguez, radiografía del poder, pinacoteca de alegorías vibrantes. Se recuerda en estos días también, y con razón, al retratista de sí mismo, al escritor del gran biombo de tres lienzos que integran su autobiografía: La lengua absuelta, La antorcha al oído, El juego de los ojos. Títulos que dan constancia de la contundencia carnal de su memoria. Al recuerdo, sostiene Canetti, no hay que torturarlo. Tampoco hay que viciarlo con el cálculo. El recuerdo debe permanecer intocado. El escritor búlgaro aborrecía a quienes manipulan su memoria para igualarla a la de otros. "Que operen a su antojo narices, labios, orejas, piel y pelo, que transplanten ojos de otro color si no hay más remedio, o corazones ajenos que palpiten un añito más, que ausculten, amputen, alisen o igualen, pero que dejen en paz al recuerdo". Otros evocan en el festejo al novelista de Auto de fe, su cuento sobre un hombre-libro, esa parábola sobre los delirios de una razón seca y estéril. Admiro a estos tres escritores, pero resaltaría yo a un cuarto Canetti: el anotador.

A principios de los años 40, el escritor de ascendencia judeoespañola se concentró en la preparación de Masa y poder, una obra a la que dedicaría casi tres décadas de trabajo. Había cerrado las puertas a cualquier otro compromiso literario. Enterrado en ese propósito, necesitaba una válvula de escape para no volverse loco estudiando el comportamiento de los bosquimanos y leyendo reportes de neurópatas. El desahogo tomó la forma de un cuaderno de notas. Al lado del ambicioso proyecto, el refugio íntimo de una libreta sin mapa. Ahí encontraba Canetti un escape de espontaneidad y libertad. Las notas, a diferencia de sus tarjetas de investigación, existían para sí mismas. No exigían prueba ni desenlace. El cuaderno se volvió un respiro. Se volvió también una manera de respirar. Savater ha recordado recientemente que Canetti escribía en ritmo respiratorio. Sus palabras y sus frases, frecuentemente réplicas y disensiones, no se disparan como puñetazos. Son, por el contrario, inhalaciones y exhalaciones. Párrafos caminados. Sus cuadernos son el reflejo más puro de esta cadencia tranquila.

Un modo de respirar. Pronto, el obsesivo escritor se percató que sus notas eran algo más que una distracción, un pasatiempo...

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