Altas dosis de silencio

AutorCarmen González

Quien realiza un viaje al desierto, sabe que su encuentro será con la naturaleza, el vacío y el silencio.

En el Desierto de Atacama la naturaleza se presenta descaradamente frente a los ojos del viajero. No hay telón previo a una espectacular puesta de sol o a la salida de la luna por detrás de la cordillera de los Andes.

Y por más esfuerzos que haga el viajero para tomar fotos y congelar instantes, es imposible, las imágenes de este viaje se quedan en la memoria y para volver a verlas, será necesario regresar.

Día 1: Géisers del Tatio, explosiones de calor

5:00 horas. Ropa térmica, guantes, gorro y botas abrigadoras. Estamos en el lobby del hotel, junto a una chimenea encendida, con un tarro de café caliente en mano y esperando que nuestro transporte aparezca

5:25 horas. Salimos de nuestro acogedor resguardo para sentir los 5 grados centígrados bajo cero en la cara. Abordamos rápido las camionetas que nos llevarán a los Géisers del Tatio. Dos horas de camino, nos anticipa Joao, el guía. Todavía está oscuro y el sol tardará en salir. Dormimos mientras nuestro transporte se bambolea por sinuosos caminos de terracería.

7:30 horas. Llegamos, el sol todavía no sale y el termómetro marca 11 grados centígrados bajo cero. No vemos los Géisers. Hay que caminar, dice Joao, hasta donde se encuentran. Avanzamos con la cara congelada hasta ver enormes fumarolas que se levantan desde el piso hasta a 5 metros de altura. Son los géisers, que lanzan vapor y agua a 80 grados centígrados de temperatura. El agua cae, se esparce en el suelo y en cuestión de minutos se congela.

Es como si camináramos sobre una marmita hirviente, que a ratos se libera de la presión de sus hervores para advertirnos que bajo nuestros pies algo se cocina, algo se mueve y está vivo.

Toma nota: Los Géisers del Tatio se encuentran a 90 kilómetros de distancia del pueblo de San Pedro de Atacama. El recorrido es de dos horas, aproximadamente porque se trata de caminos zigzagueantes de terracería.

Día 2: Salar de Atacama, una historia sin fin

15:30 horas. Abordamos la camioneta para ir al salar de Atacama. El paisaje es el mismo y cambiante, todo a un tiempo. Tal vez por eso vamos con la nariz pegada a la ventana de la camioneta y la mirada fija hacia afuera. Montañas, cielo, tierra y caminos se antojan infinitos.

16:30 horas. Llegamos al Salar, una superficie de 100 kilómetros de largo por 30 de ancho cubierta en su totalidad por blancas petrificaciones de caprichosas formas. Se...

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