Alquila Carranza una casona maldita

AutorAlejandro Rosas

Algo macabro se respiraba en la casona porfiriana de la calle Lerma la madrugada del 7 de mayo de 1920. La muerte se paseaba por los salones, la biblioteca y las habitaciones de la hermosa construcción estilo francés de finales del porfiriato, rentada por Venustiano Carranza tan sólo seis meses antes.

Para el presidente de la República la situación no podía ser más dramática: la rebelión de Agua Prieta, acaudillada por Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta, se desarrollaba con una fuerza incontenible en la mayor parte del territorio nacional. Los días del régimen carrancista estaban contados.

La noche del 6 de mayo la casona de Lerma registró un movimiento inusitado. En la víspera, el presidente había decidido evacuar la Ciudad de México y marchar con todo su gobierno rumbo a Veracruz, donde intentaría recuperar el control del país como lo había hecho exitosamente en 1915. Por algunas horas la capital fue devorada por el caos.

Desde las primeras horas del 7 de mayo, los pitos de las locomotoras de la Estación Colonia rompieron el silencio de la Colonia Cuauhtémoc. A las puertas de la mansión porfiriana la servidumbre, los curiosos, algunos partidarios y sus hijas, Virginia y Julia, despidieron a Carranza. Él las abrazó y antes de partir expresó su última voluntad: "Si por desgracia muero y me traen a México, no quiero entierro suntuoso. Que me entierren entre los pobres".

El otrora Primer Jefe se veía sereno y confiado. Se preparaba, una vez más, para hacer frente a la historia. El portón de la casa fue cerrado. Estaban por cumplirse los seis meses que don Venustiano había pagado por adelantado para habitar, acompañado de su dolor, la hermosa construcción.

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El cuerpo, mal embalsamado, llegó a la Ciudad de México en una austera caja de madera. Eran las seis de la mañana del 24 de mayo cuando lo desembarcaron en la Estación Colonia. El cadáver fue colocado en un ataúd forrado de terciopelo negro; la bandera mexicana que lo acompañaba desde Villa Juárez, Puebla -donde se le realizó la autopsia- sirvió de mortaja. Había vuelto el Primer Jefe muerto, asesinado por sus enemigos. En la casa de Lerma, los familiares esperaban el cadáver.

La sala de la casona fue acondicionada como capilla ardiente -con los años la mayoría de los constituyentes de 1917 serían velados en el mismo sitio. Miles de personas acudieron a despedir al Primer Jefe. La gente del pueblo apenas hablaba para decir: "ha muerto nuestro padre".

Afuera, sobre la calle de...

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