Rafael Alonso y Prieto/ Responsabilidad legislativa

AutorRafael Alonso y Prieto

La mediocre actuación del actual Congreso de la Unión y las reacciones viscerales de algunos diputados, suficientes por su número y su posición en la Cámara como para preocupar, obligan a considerar algunos aspectos de reforma sustancial en nuestro sistema político que, heredados de un pasado de poco grato recuerdo, requieren transformarse para ir haciendo viable y operativa nuestra incipiente democracia.

No creemos que haya duda sobre la mediocridad de actuación del Congreso de la Unión actual. Su falta de actuación en los programas esenciales que reclama con urgencia la situación del País es evidente, pero aún más preocupantes son las reacciones de los diputados, algunos en lo individual, y otros como presidentes o miembros de las comisiones legislativas, ante las críticas de la sociedad a su actuación.

Los Diputados parecen desconocer que cualquier ciudadano o grupo de ciudadanos tiene el perfecto derecho de expresar sus opiniones sobre la actuación del Congreso como grupo colegiado o sobre la actuación de cada uno de sus miembros en lo individual que, además, tienen el derecho de expresar, individual o colectivamente, su opinión sobre los temas en consideración o a discusión en el Congreso.

Las reacciones de los legisladores han sido lamentables. Han ido desde manifestaciones prepotentes de poder: "somos nosotros los que vamos a decidir", hasta amenazas chantajistas: "vamos a aumentarles los impuestos".

Todo esto es lamentable e indica una inmadurez política con síntomas de adolescencia, pero eso nos lleva a nuestro tema de hoy: uno de los fetiches políticos, aparentemente intocables, pero especialmente importante, es el llamado principio de no reelección.

En la revolución democrática encabezada por Francisco I. Madero se enunciaron dos postulados que sirvieron de bandera al movimiento maderista: Sufragio Efectivo y No Reelección.

Naturalmente el postulado básico democrático era el de Sufragio Efectivo; el de No Reelección (que, en sí mismo es antidemocrático) fue añadido circunstancialmente para condenar las sucesivas reelecciones de Porfirio Díaz y evitar su repetición.

En el desarrollo histórico fue totalmente inoperante, de hecho, el postulado del Sufragio Efectivo, hasta la última elección presidencial, y, en cambio, se le dio un carácter casi sagrado al de No Reelección, convirtiéndolo en un fetiche intocable dentro de nuestra vida y actuación política.

Hubo varias razones para esto. En primer lugar, frenaba ambiciones personales...

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