Alma Delia Murillo / El experimento

AutorAlma Delia Murillo

Es la primera semana del año 2021 y ya atestiguamos el escándalo de lo sucedido en Washington, estoy todavía atragantada con las imágenes y sin comprender lo increíblemente fácil que fue para los seguidores de Trump irrumpir en el Capitolio y desastrarlo todo. Me doy cuenta de que tengo miedo de opinar al respecto. Reconozco que no es prudencia, es miedo.

Hago scroll dawn en mi cuenta de Twitter y entonces comprendo que lo que me asusta son esos nueve millones de usuarios desbocados en México y esas 340 millones cuentas en el mundo; Twitter podría ser el tercer país más poblado del mundo si los usuarios fuéramos sus habitantes. Entonces pienso en el experimento de la cárcel de Stanford.

El suceso es bastante conocido pero para quienes no tengan la referencia: se trató de un experimento que el psicólogo Philip Zimbardo realizó en 1971 reclutando a veinticuatro estudiantes universitarios para que simularan estar en prisión durante dos semanas, la mitad de ellos serían reos ficticios y la otra mitad serían guardias; a cambio recibirían un pago de 15 dólares diarios. Al sexto día tuvieron que interrumpirlo porque las agresiones físicas, las humillaciones y las manifestaciones de violencia habían escalado. El experimento se salió de control y -todavía hoy, se sigue analizando, tejiendo y destejiendo el infinito manto de la conducta humana.

El propio Zimbardo, en su libro The Lucifer Effect, se pregunta por qué gente ordinaria o "gente buena" puede convertirse en violenta a partir de circunstancias externas y retoma mucho de lo sucedido en Stanford; cuando hace el recuento de las circunstancias menciona algunas que de inmediato remiten a la gran cámara de experimentos de conducta colectiva que son las redes sociales: la conducta relacional está delimitada por 1) el anonimato, 2) la pérdida de la individuación, 3) la certeza de que se pertenece al bando correcto para luchar contra el bando contrario, 4) la legitimación convertida en autoridad que proporciona saber que hay muchos miembros en el bando desde el que se pelea.

Cada vez se hace más notoria la poca disposición que hay en las redes para aceptar la legitimidad de quienes piensan distinto, y no me refiero a aceptar que piensen distinto, sino a negar su legitimidad. Punto. Es como si nos hubiésemos convencido de que no hay otro posible y digno de respeto si ese otro no es igual a mí o no piensa igual que yo.

Cuando eso pasa, se...

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