Alma Delia Murillo / Espejos

AutorAlma Delia Murillo

El dolor huele a metal, a frío, a cristal que se estrella, a todas las formas posibles de romper una vida, a la dificultad para nombrarlo: el feminicidio de una niña de diecisiete años. Su familia apenas puede relatarlo, hilar tres palabras para contar lo que pasó es una proeza para ellos. Era 25 de marzo de este año, la madre de Jalix salió a vender tortillas, el padre salió a vender textiles, las hermanas a trabajar. Se trata de una familia otomí de Temoaya, donde todos trabajan para solventar los gastos de cada día.

Es difícil mirar a los ojos a quien relata un dolor de esa dimensión, es difícil levantar la cabeza delante de eso que sí, tiene mucho de sagrado. Es incómodo saber que no puedes ofrecer más que tus oídos y tu silencio cuando la familia te cuenta que días antes del feminicidio, se rompieron todos los espejos de la casa. ¿Por qué pasa eso?, preguntan. Y tú tardas en comprender que te están preguntando porque esperan que entiendas ese simbolismo, que puedas ofrecer una respuesta.

Y no puedes ofrecer más que silencio. Y vergüenza. Vergüenza porque a ti te explota la vida golpeando rítmica en las sienes, en las puntas de tus dedos que teclean y te dan el pretexto para acomodar tu pudor viendo la pantalla, porque mirar el dolor de esa familia es mirar el abismo, y no sabes cómo sostenerlo.

La colectividad criminal anónima que crece en nuestro país está matando familias enteras, las está dejando en pedazos. Ese corporativo feminicida que convirtió el desierto juarense en basurero de mujeres sigue sumando miembros que aprenden que está permitido asesinar el mismo fenotipo de mujer: morena, delgada, pelo largo.

La mujer que los hombres, en sus pactos explícitos de pertenencia a la tribu, llevan milenios enseñándose unos a otros que es la mujer deseable, a la que deben someter, atrapar como presa de ritual de caza, consumir y desechar.

Asesinarla porque pueden, afirmar su masculinidad para ganar aceptación entre los varones de los que aprendieron esto.

Es perturbador recorrer México de los años 90 con las muertas de Juárez hacia Temoaya más de treinta años después, y constatar que sigue operando la misma impunidad, el mismo ritual de violencia para afirmarse poderosos frente a otros hombres.

Siempre Rita Segato:

El poder soberano no se afirma si no es capaz de sembrar terror. Se dirige con esto a los otros hombres de la comarca, a los tutores o responsables de la víctima en su círculo doméstico y a quienes son...

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