Alma Delia Murillo / Del amor y otros transtornos

AutorAlma Delia Murillo

Escribo frente a la ventana, como casi siempre. Y escribo preguntándome, como decía Pessoa, si en el amor lo que importa no es el amor sino lo que ocurre a sus alrededores. Estreno barrio -una vez más- y estreno también las ventanas indiscretas que me regalan mis nuevos vecinos en los edificios de enfrente, están tan expuestos que distingo todo lo que pasa ahí. Ellos también me ven, qué remedio. Una de esas ventanas tiene una bandera LGBT y he visto a una pareja de hombres que se saludan y se despiden con un beso de los que mi abuela llamaba "de piquito", de esos que son cotidianidad en quienes hacen vida juntos. He sonreído al observarlos, saber que no hace muchos años era imposible pensar que esa pareja tal vez es un matrimonio.

Pocos días atrás estuve en la celebración del enlace civil entre Juan Carlos y Mauro. He ido a no sé cuántas bodas en mi vida, muchas, tantas como mis 45 años pueden relatar y mis rodillas doloridas registrar el saldo del baile desenfrenado y en tacones al que nunca me resisto.

Esa pareja lleva treinta años unida. Treinta años, olé. Al momento de intercambiar sus votos, Mauro recordó el día que se conocieron, cuando Juan Carlos dijo algo como "no estoy en un buen momento ni puedo ser buena compañía pero quiero decirle que su mirada me transtorna" y luego Mauro agregó "desde entonces el transtornado soy yo".

Aplaudimos, lloramos y brindamos en efecto reverberante de ese transtorno que es el amor y yo no dejé de pensar que sí: el amor transtorna, el amor desordena, el amor pone en efervescencia el interior. O que tal vez no, que nada de eso es así porque quién sabe qué es el amor. Pero si renunciamos a la nomenclatura y queda la experiencia, sabemos cómo se siente "esto es amor/ quien lo probó lo sabe".

Obsesiva como soy, intenté toda la noche -esfuerzo inútil entre canciones de Abba, Selena, abrazos rebosantes de alegría y otra copa de vino- recordar el nombre de aquella teoría de los años setenta que aseguraba que hay un diagnóstico clínico para el transtorno del amor: Limerencia, se llama. (No logré recordarlo ni cuando ya iba en el taxi de regreso con una bolsa de hielos en el tobillo que lo que sí me hacía recordar era lo de los 45 años y sus deterioros; recuperé el nombre porque lo busqué en la red, para qué les miento). Fue Dorothy Tennov quien desarrolló el concepto.

Bueno, la "limerencia", término posiblemente derivado del vocablo inglés limerick que es una...

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