Alejandro Rosas / El presidente que no tuvo límites

AutorAlejandro Rosas

Escucharlo era un deleite. La voz armonizaba con su carisma natural. Podía hacer de los demagógicos discursos verdaderas piezas de oratoria. Movía el puño, elevaba el tono, gesticulaba. Pasaba de la sonrisa a la seriedad; del ánimo triunfalista a la tristeza contagiosa, del enojo a la indignación, de la alegría al llanto. Lo movían la vanidad y el orgullo. Era un gran actor en el escenario nacional y un hombre enfermo de poder.

Al colocarse la banda presidencial en diciembre de 1976, José López Portillo se mostró, por primera y única vez, humilde. No tenía alternativas. En su discurso de toma de posesión reconoció los terribles alcances de la crisis, habló de la pobreza, la desigualdad y la reconciliación. La opinión pública recibió con beneplácito sus palabras: en medio de la tormenta económica, se abría una luz de esperanza.

En el inicio del sexenio, su capital político era grande. Al no presentarse ningún otro candidato a las elecciones presidenciales, llegó al poder sin necesidad de recurrir a los tradicionales fraudes del sistema. Era un hombre culto, sumamente preparado, enamorado de la historia -y de las mujeres-, que convencía con la palabra. De ahí que, una vez más, la sociedad pusiera todas sus esperanzas en el nuevo presidente.

Por la grave situación económica que encontró al asumir las riendas del país, la lógica y el sentido común indicaban que, cuando menos los primeros dos años del nuevo sexenio, el gobierno de López Portillo tendría que disciplinarse financieramente a los dictados del Fondo Monetario Internacional. El costo, como siempre, lo asumiría la población.

Pero el carácter abierto, juguetón, pícaro, siempre despreocupado del presidente, transformó la crítica realidad en un espejismo de esperanzas. Sin más protagonismo que el suyo, López Portillo pasó de la serenidad inicial al ánimo triunfalista. En cada una de sus acciones, en cada palabra, en cada programa se notaba un optimismo exacerbado. Tenía sobrados motivos para hacerlo. Desde los primeros meses de su gobierno el presidente anunció a los cuatro vientos: "Tenemos petróleo". Era el as bajo la manga.

El petróleo ciertamente abrió un nuevo horizonte ante la crisis. Se presentó como la oportunidad real, concreta, efectiva para el crecimiento y el desarrollo del país. En unos años México se convirtió en el cuarto lugar mundial de producción petrolera. Con la garantía del oro negro, grandes cantidades de dinero en la forma de préstamos ingresaron a las arcas...

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