Alebrijes, la pesadilla que se coló en el arte popular mexicano

CIUDAD DE MÉXICO, octubre 25 (EL UNIVERSAL).- Un Quijote sin su Sancho y un torero bien armado con su capote y estoque resguardan la entrada del taller de la familia de Felipe Linares, a quien se le adjudica la invención de los alebrijes.

Entre botes de pintura, papel maché, cartón y un sinfín de artefactos, el señor Felipe Linares hijo, con las manos llenas de engrudo seco y su ropa desgastada por los estragos de su oficio, platica del arte de la cartonería y detalla el origen de los alebrijes, figuras que ya se han vuelto una tradición en la cultura popular mexicana.

"En 1936 a mi papá le dio una úlcera gástrica que lo puso muy enfermo, en sus alucinaciones por la enfermedad, nos contaba que veía animales raros que le gritaban ?¡Alebrije, alebrije!?".

Cuenta Felipe que al despertar su padre se encontró con la sorpresa de que estaba a punto de ser velado, pues su padecimiento era tan serio que en su familia lo daban por muerto y ya preparaban su funeral.

Convaleciente, intrigado e inspirado por sus visiones durante el trance, tomó la decisión de reproducir aquellas figuras oníricas para venderlas y, aunque en un principio -platica entre risas- "nadie le quería comprar por raras y feas" pues eran de un color completamente negro, poco a poco se fueron popularizando al punto de que el mismo Diego Rivera le compró tres alebrijes, uno de ellos, incluso, se exhibe en el Museo Anahuacalli.

Fue entonces que decidió darle color a su obra y con la modificación llegó el auge. Sus piezas fueron buscadas por museos, por galerías de arte y también, a mediados del siglo pasado, lograron rebasar las fronteras del país pues llegaron a exhibirse en París. Estos logros le permitieron hacerse del Premio Nacional de Artes y Ciencias de México en 1990.

"El primer alebrije que vendió mi papá fue en 1947. El director del Museo de Artes e Industrias Populares lo vio y le preguntó que qué era eso, y mi papá le dijo que era algo que él había inventado y era algo que soñó cuando estuvo muy enfermo".

A los alebrijes cada vez más perfeccionados, se le sumaron otras piezas como las calaveras o los judas, y en todas ellas se nota el amor, la pasión y el talento de estos orgullosos capitalinos del barrio de la Merced Balbuena.

Felipe Linares, quien desde los diez años sigue los pasos de su padre, y sus hijos continuaron el legado del artesano Pedro Linares fallecido en 1992. Esa herencia artística ya representa una tradición que se ha hecho popular desde hace varios años...

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