Alberto García Ruvalcaba / Recuperar las calles públicas

AutorAlberto García Ruvalcaba

La última vez que entré al Fraccionamiento Valle Real ocurrió hace 15 años. Fui a conocer a la hija recién nacida de unos amigos. Como me negué a entregar mi identificación, los guardias del ingreso me negaron el acceso. Agraviado por la desconfianza y el abuso les pedí que me dejaran tomar el carril de salida. Cuando levantaron la pluma yo, en vez de retornar, me seguí derecho. Pronto tenía una patrulla siguiéndome como a O. J. Simpson por el freeway de Los Ángeles en 1994. Cuando llegué a mi destino, mis amigos me esperaban en la puerta. Bajé del auto, conocí a la linda bebé y felicité a sus orgullosos padres. Después salí para encontrarme con los estupefactos vigilantes que me esperaban. Mi amigo salió entonces en mi defensa y pidió disculpas a los oficiales por mi díscola conducta. Yo juré no volver a poner un pie en ese feudo medieval.

He dicho que me agraviaron la desconfianza y el abuso. En mi código de valores la desconfianza es un insulto grave. No acostumbro catear a mis invitados, y trago saliva cuando veo que albañiles y trabajadores son fichados como delincuentes en potencia al entrar a estos fraccionamientos. Se exhibe ahí el vejatorio estereotipo de que los pobres son indignos de confianza. Denigrante prejuicio que, por cierto, solo genera resentimiento y logra lo contrario a lo que busca. No hay nada más memorable que la humillación.

Si estas pequeñas Constantinoplas viven bajo la engañosa idea de que pueden dejar el mal fuera de sus murallas electrificadas e inexpugnables, si creen que vigilando a los delincuentes en potencia que trabajan en su vecindario están a salvo de la perversidad de los mexicanos, lo hacen obedeciendo un código delirante pero generalizado. Ese error comete el país, por qué habría de condenárseles solo a ellos. Después de todo, deben pensar, las víctimas tienen ya la piel curtida por siglos de vejaciones, y en su instinto el tic de bajar la mirada y entregar su dignidad en prenda. No hay ley antidiscriminatoria que pueda contra esta cultura de la ignominia.

Pero mi encono principal aquella tarde no estaba motivado por estas insidiosas rutinas del desdén. Fue su apropiación ilegítima de vías públicas lo que...

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