Ahogado de la risa

AutorPez Globo

Con todo y los ridículos que uno pasa con esos entrañables compadres, siempre están para nosotros para seguir consintiendo estupideces... digo... grandes aventuras.

Con una cara de pambazo crudo llega un hombre al bar de siempre y se sienta junto a su compadre para contarle sus penas.

-Ay compa, pero qué le sucede, lo veo muy mal.

El otro responde apenas en un susurro y con voz quebrada:

-Hermanazo de mi alma, sólo le pido que brindemos por la satisfacción y la vergüenza al mismo tiempo.

-¡Ah, canijo! Pues claro que salud, pero ¿por qué dice eso?

-Es que ayer me estaba bañando cuando de repente, se me cayó el jabón al piso (¿típico no?) y justo en ese momento entró mi perro y el muy desgraciado me agarró hincado y me ensartó de pronto.

-Híjole compadre, ya imagino que eso le dio satisfacción... ¡pero pues ya que no le dé vergüenza!

El hombre con todo y moco colgante lo voltea a ver y le responde:

-¡Ya ni me diga pinche compadre, que en realidad la vergüenza fue cuando me llevó arrastrando por toda las calles de la pinche colonia!

Historias de compadres hay muchas más, como esta otra de un tipo al que su entrañable compañero de parrandas le avisó que mientras él trabajaba, su mujer lo engañaba con un tal William.

Con la mendiga duda clavada, este cornudo decidió espiar qué hacía su esposa cuando él se iba. No pasó mucho tiempo escondido colgado en un árbol antes de que un hombre atlético, rubio y alto llegara a su casa en un auto convertible.

Desde lejos, el esposo ve tristemente cómo su mujer invita a pasar al escultural hombre, quien se despoja de la ropa, como si le picara dejando ver un torso perfecto, el vientre duro y sin un gramo de grasa.

Sin saber qué hacer, el hombre ve también que su mujer comienza a desvestirse y al sacarse la blusa y soltarse el sostén se le caen las tetas hasta el ombligo, la panza hasta las...

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