Sergio Aguayo Quezada/ Dilemas de la Transición: Capital ético

AutorSergio Aguayo Quezada

La encuesta del Grupo Reforma sobre la percepción que tenemos los mexicanos sobre la corrupción es inquietante. Muestra que, además del atorón económico, arrastramos una aguda recesión ética. El contrapunto positivo es la propuesta de un grupo plural de medios de comunicación y ciudadanos para una Ley de Acceso a la Información Pública.

De acuerdo con la encuesta nacional publicada el domingo 30 de septiembre, la política es la actividad más despreciable. De las diversas profesiones calificadas, los políticos son vistos como los más corruptos de la sociedad y la mayoría de los entrevistados considera que una persona honesta se corromperá en cuanto asuma un puesto público. Este tipo de opiniones contrasta con la buena opinión que hay sobre las campañas contra la corrupción realizadas por el gobierno de Vicente Fox. En otras palabras, pese a los avances de democratización y las reformas en la forma como se ejerce el poder, quienes se incorporan a la vida pública se enfrentan, de entrada, a la sombra de la sospecha.

Hay razones objetivas tras lo robusto de la percepción. Pese al 2 de julio e independientemente de la decencia y honestidad personal de Vicente Fox, su tibieza a la hora de tomar decisiones hace que México continúe siendo tierra fértil para las impunidades. Los acontecimientos del 11 de septiembre ensombrecieron el lamentable espectáculo del regreso triunfal a México de Carlos Cabal Peniche, ejemplo preclaro del saqueo a que nos sometieron los bancos. A este paso, los contribuyentes tendremos que indemnizar a Cabal por molestias causadas por la patética -e ineficaz- persecución que hizo la Procuraduría General de la República.

Una y otra vez se confirma que en México prevalece esa parte del pensamiento de Maquiavelo que asegura que el "fin justifica los medios". La política mexicana es terreno fértil para políticos chapuceros, miopes y cortoplacistas que actúan con la lógica de una mafia y se enquistan en partidos políticos. Aparece entonces la paradoja: se acepta lo indispensable de incorporar hábitos éticos a la política mexicana, pero al mismo tiempo se considera imposible hacerlo y quienes lo proponen son tachados de "idealistas", "soñadores" e "ilusos". ¿Qué hacer? ¿Cómo inyectarle ética a la política? ¿Cómo revalorar la política y romper los círculos viciosos? No hay, por supuesto, soluciones mágicas o fáciles. La esperanza más sólida está en la corresponsabilidad y la participación ciudadana porque de esa manera se...

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