Agenda mínima

AutorGenaro Lozano

Las ciudades son la cuna de los movimientos de la diversidad sexual. Son el espacio en el que han explotado las identidades sexuales y en las que se han politizado, lugares que han servido de marcos referenciales, puntos de encuentro, espacios seguros, lúdicos, políticos... La historia de la diversidad sexual se ha escrito en las ciudades y no en otros lados. Así ha sido desde la antigua Grecia hasta el desarrollo de las Gay Mecas del siglo XX e incluso de lo que académicos como Amin Ghaziani han osado llamar "una política postgay".

La Ciudad de México se convirtió en la cuna del movimiento LGBT mexicano, el espacio donde lo gay fue estableciendo su derecho a existir públicamente por parafrasear a Carlos Monsiváis. Si Nueva York tuvo su revolución de Stonewall, el movimiento LGBT mexicano tuvo su revolución de Tlatelolco un 2 de octubre de 1978, cuando un numeroso contingente de activistas LGBT marcharon en la conmemoración del décimo aniversario de la matanza de estudiantes. Fue la primera presencia masiva y pública de homosexuales y lesbianas que logró pasar la prueba, como ha escrito Alejandro Brito. Los primeros brazos armados del movimiento organizado gay habían probado su poder de movilización. El Frente Homosexual de Acción Revolucionaria, las lesbianas de Oikabeth y el Grupo Lambda de Liberación Homosexual fueron las primeras señales de una ciudad moderna, global y "gayizada".

El mítico bar El Taller, la calle de Amberes de la Zona Rosa y la Glorieta de Insurgentes desplazan la clandestinidad de las cantinas y los bares de las calles de Cuba y Tacuba, donde Novo se pavoneaba, y se convierten en nuestras Freedom Street, en el epicentro de la cultura gay citadina defeña.

Nancy Cárdenas, una promotora cultural y teatral, y activista, se convierte en el rostro de la homosexualidad, del lesbianismo, no sólo por montar obras teatrales con temática gay en teatros de Reforma, como una versión de The Boys in the Band, que Monsiváis habría tratado de detener, sino además porque, en 1974, en una entrevista en el noticiero 24 Horas de Televisa declara públicamente, con los ovarios más grandes posibles, ante un joven Jacobo Zabludovsky: soy lesbiana y quiero derechos como todos.

Los años 80 empezaron con optimismo en México para la diversidad sexual. En las calles de la Roma y la Condesa, tres valientes, Claudia Hinojosa, Max Mejía y Pedro Preciado, fundan una nueva ruta para el activismo LGBT: el cortejo a los partidos políticos. Ellos tres se convierten en los primeros candidatos al Congreso abiertamente gays y lésbicos en una era en la que no había competencia electoral real en el país. Sin embargo, sus candidaturas históricas siembran el camino que vendría una década después. Ellos tres fundan el primer comité LGBT de apoyo a la candidatura presidencial de Rosario Ibarra de Piedra. Ellos tres son nuestros primeros Harvey Milks, desafiando las miradas de desaprobación en el Parque México, esquivando pedradas y gritos de inconformes.

Esa valentía y optimismo pronto se convierten en penumbra y pesimismo. La crisis del sida también devastó al movimiento LGBT mexicano. Los bares de la zona rosa pronto empiezan a convertirse ya no en espacios lúdicos, sino en espacios de recaudación de fondos para los primeros enfermos, en espacios de difusión de información y en espacios de activismo dirigido al gobierno de Miguel de la Madrid. Alejandro Brito funda Letra S y se convierte en una de las caras de la reivindicación de la lucha contra el sida. Las primeras campañas de prevención no vendrán sino hasta los años 90.

El avance de los...

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