AGENDA CIUDADANA / El poder y la justicia

AutorLorenzo Meyer

A la memoria de Mercedes Barquet, amiga, académica y activista.

·PODER E INJUSTICIA

El deseo y la esperanza de llegar a organizar una vida colectiva justa es una constante de la vida civilizada. Para cuando se grabaron en piedra las 282 leyes del Código de Hammurabi (1760 a. C.) ya era añejo el intento de organizar la vida social alrededor de lo que en cada civilización se consideraba "lo justo". Obviamente, esa búsqueda ha resultado en un rosario de frustraciones porque, hasta hoy, toda estructura de poder es, también, un generador de injusticias. En la raíz misma de la civilización cristiano-occidental se encuentra implantada la certeza de que la justicia es sólo una aspiración a cumplirse en otro mundo pues no es otro el sentido del Sermón de la Montaña y su promesa: "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados".

Sin embargo, y pese a la deprimente evidencia histórica, sigue viva la voluntad de insistir en demandar justicia en el aquí y ahora -Don Quijote-, en que tiene sentido intentar disminuir el grado en que el ejercicio del poder viola el sentido de juego limpio, de fair play. Y es que las contravenciones de los poderosos al "deber ser" son sistemáticas, pueden llegar a ser atroces y minar o destruir el sentido de solidaridad y acabar con el propósito común.

·ANTIGUOS Y MODERNOS

En La República de Platón, la justicia era una virtud pública y privada que mantenía unida a la sociedad. El sentido de la justicia en la Grecia clásica no era exactamente el mismo que hoy -en Platón consistía, básicamente, en dar a cada individuo la oportunidad de desarrollarse y vivir según su propia naturaleza y habilidades-, pero lo importante es que sostuvo que la justicia era el bien máximo tanto para el individuo como para el Estado. Veinticinco siglos más tarde y varios cambios en la definición del concepto, nos encontramos con el utilitarismo -justicia es lograr el mayor bien para el mayor número- o con el liberalismo a la John Rawls con sus dos principios primordiales: el mantenimiento de las libertades y derechos fundamentales del ciudadano y el "principio de diferencia", según el cual, para ser justas, las decisiones tomadas por el poder político deben maximizar las expectativas de largo plazo de los miembros menos favorecidos de la comunidad. Como sea, desde hace mucho se supuso que en la buena sociedad el poder tiene como fin último la justicia.

En contraste con el razonamiento anterior, la realidad...

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