Agenda Ciudadana / El 2006 visto desde el 2003

AutorLorenzo Meyer

Para el viejo partido de Estado el cogobierno sin la Presidencia no es alternativa, pues no le da suficiente seguridad de cara al futuro. Y es por seguridad que necesita, a como dé lugar, recuperar el poder.

La ley del convoy

El Partido Revolucionario Institucional (PRI) es, entre otras cosas, una gran maquinaria electoral formada a lo largo de decenios y que, pese a su gran derrota del 2000, cuenta aún con un ejército de operadores y con una memoria histórica que conoce al dedillo cómo explotar a su favor los aspectos más atrasados de la cultura cívica de amplias capas de la sociedad mexicana. En esa cultura destacan los remanentes de una forma de relación entre los dominados y la autoridad (el dominador) que poco o nada tienen de democrático, y que son los propios no de la relación entre mandante y mandatario sino entre cliente y patrón. Las raíces de esta cultura datan de la época colonial o aun de antes, se han prolongado hasta el presente y se nutren de unas constantes en nuestra sociedad: de la pobreza y de la necesidad.

En las elecciones del pasado 6 de julio, los gobernadores del PRI, aunque no sólo ellos, echaron mano de una buena gama de las formas más tradicionales y no democráticas para llevar el voto de su partido a las urnas; ejemplos notables se tienen lo mismo en Oaxaca que en Zacatecas, por sólo citar un par de ejemplos. Los gobernadores que fallaron de manera más notable y rotunda fueron los panistas, especialmente en Nuevo León, aunque San Luis fue la notable excepción priista (al respecto véase el análisis de Leo Zuckermann en Proceso, 13 de julio).

En el México que apenas está aprendiendo a vivir en democracia, donde no hay una tradición política democrática de la que echar mano pues apenas la vamos a construir, el partido que no tenga una maquinaria para buscar el voto por las vías "antiguas", estará peleando con una mano amarrada a la espalda. Aquel que sólo confíe en la bondad de su ideología, en lo atractivo de su programa, en las ideas -situación que, por cierto, en la elección pasada apenas si se dio-, está en desventaja frente al que insiste en la movilización tradicional en los sectores menos tocados por la modernidad. Incluso aquellos que vuelquen el grueso de sus recursos en la propaganda considerada "moderna" -televisión o radio-, no van a imponerse a aquellos que en vez de ideas o imágenes y eslóganes, apelen al "sentido común" de los más necesitados, que muchas veces prefieren, y con razón, una oferta concreta de leche a una oferta teórica sobre cómo llevar a cabo una política social que combata de manera genérica la pobreza.

En México...

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