Aeroplanos: La vida al vuelo

AutorSilvia Isabel Gámez

En el teatro, Sergio Corona y Manuel El Loco Valdés se alternan para actuar, con Ignacio López Tarso, la trama de dos viejos amigos que se encuentran para celebrar y rememorar la vida. En la realidad, los tres actores confluyen en una comedia con la que culminan décadas de carrera dedicadas a la actuación. ¿A qué le tiene miedo un consagrado?

López Tarso

Cuestión de orden

Ignacio López Tarso saluda a su llegada al Teatro San Jerónimo. Sube en silencio la empinada escalera en dirección a su camerino, un rectángulo de luz. Es un espacio casi desnudo: de un lado, el vestuario; del otro, un largo espejo.

Son 45 minutos de una entrevista que termina instantes antes de que se escuche el anuncio de la primera llamada. Al actor le bastan unos minutos para meterse en la piel del personaje. En este caso, Francisco, Paco, el protagonista de Aeroplanos.

"De un solo repaso, veo el personaje completo y aseguro lo inicial", explica López Tarso. Le hace preguntas: ¿por qué estás en mi casa?, ¿cuándo llegaste?... Tener esa claridad es la base de su confianza en escena.

"Generalmente, nunca tropiezo, no tengo fallas ni olvidos. Salgo muy confiado porque he repasado el personaje de principio a fin. Un momento de concentración, y es suficiente".

A sus 90 años, conserva intacta la capacidad para memorizar sus papeles. Aprueba el apuntador en la televisión, aclara, pero no en el teatro. Lo único que se permite usar es el micrófono.

López Tarso se hizo actor por un accidente. Por eso, dice que sí cree en el destino. A los 19 años, de bracero en California, cayó de un árbol y se fracturó la columna vertebral. Antes de que lo operaran, pasó un año inmovilizado sobre una cama de madera.

"Mi gran pasión entonces fue la lectura. Y oír música, ópera". Se emocionó con la poesía de Xavier Villaurrutia y, ya recuperado, quiso conocerlo. Lo buscó en la Academia de Arte Dramático del INBA, y decidió quedarse a estudiar actuación. Debutó en 1951 en Bellas Artes.

Alumno de figuras como Salvador Novo y Seki Sano, afirma que han sido Roberto Gavaldón en el cine, e Ignacio Retes, Alejandro Jodorowsky y Salvador Garcini en el teatro, quienes más lo han influido.

Una cualidad que admira en los actores es la sinceridad. "Yo creo que en el escenario todo lo que hay es falso, menos lo que dice el actor", precisa. "Si no cree en su interpretación, el público lo nota, y entonces se derrumba todo. Cuando es mentira lo que dice el actor, al espectador la obra ya no le interesa, por eso la sinceridad en el escenario es indispensable, pero la mayoría actúa al ahí se va".

-¿Es una condición al aceptar una obra que tenga usted buenos compañeros?

-Sí, pero no siempre se puede porque no tengo la autoridad suficiente. A veces acepto una obra y, en los primeros ensayos, me doy cuenta de que la mirada del actor no tiene la verdad que yo espero en escena.

-¿Y sigue adelante?

-Sí, es muy difícil decir: yo no trabajo ya con este señor, o esta señorita (sonríe).

-¿Por qué razones podría rechazar un papel?

-Por la calidad del escritor, por ejemplo. Hay autores que no te convencen desde la primera lectura.

-¿Y si su pensamiento no concuerda con el del personaje?

-Sí, en eso soy muy exigente. Puede haber un homosexual que sea un gran personaje en una obra, los hay, pero yo no me sentiría nunca a gusto interpretándolo. He actuado personajes que no van con mi físico, como Neruda (en El cartero), eso se puede suplir, lo que no se puede es el carácter íntimo, la manera de ser del personaje.

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No es raro que a López Tarso le ofrezcan comedias, como Aeroplanos, pero lo que suele escoger son los clásicos, desde los griegos hasta el Siglo de Oro español y el inmortal Shakespeare.

En la obra de Carlos Gorostiza, estrenada en junio de 2014...

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