Adentro de un barrio con clase

AutorAdalberto R. Lanz

Caminar del hotel al café en la esquina de la calle F y Quinta Avenida del Gaslamp Quarter es uno de esos placeres simples que hacen del principio del día un lapso exquisito.

Ahí me siento a disfrutar de mi espresso doble cortado, en una de esas mesitas que por la bondad del clima están a la intemperie la mayor parte del año.

Durante casi ocho décadas esta fue una zona poco deseada por los sandieguinos y, sin embargo, tras un intenso programa de revitalización, hoy abundan todo tipo de negocios (sobre todo restaurantes y boutiques), y la vivienda ha retomado edificios antiguos para convertirlos en condominios de lujo.

Cuando termino mi dosis de cafeína, camino por las calles del Gaslamp y observo con detenimiento su mezcla de construcciones con intenciones victorianas y modernos negocios que florecen en medio del apogeo turístico de una de las ciudades con más clase y hermosura en los Estados Unidos.

El centro de San Diego es muy fácil de caminar, puesto que su diseño cuadriculado se extiende sobre un terreno plano. En pocas ciudades grandes se puede andar con tanta facilidad y prescindir de cualquier tipo de transporte público.

Me conduzco como un experto pero no tanto porque lo sea, sino porque es imposible perder el sentido de ubicación en una ciudad tan bien señalizada. A pesar de que esta es una de las metrópolis más grandes del país, el Gaslamp se conserva como una especie de isla donde el dinamismo y el crecimiento tienen muy poca notoriedad.

No puedo decir que sigo rutina alguna, pues no estoy en San Diego mas que un par de veces al año, pero al menos intento no fallar en mi escala en dos o tres librerías del barrio. Dentro de Borders o Le Travel (una tienda especializada en turismo y literatura de viajes), invariablemente me topo con algo novedoso y reconfirmo que en esta ciudad, aparte de procurar el bienestar del cuerpo como dictan los cánones no escritos del sur de California, los locales tienen un gusto genuino por el cultivo de la mente.

El Gaslamp no se hace notar, como la mayor parte de las playas de San Diego, por la abundancia de figuras esculturales moldeadas por el ejercicio o los escalpelos. Esta es más bien una zona que no demanda códigos estéticos, de edad o de vestimenta. Me siento muy cómodo con pantalones cortos, sandalias y una gorra de béisbol (por supuesto con el logo de los Padres).

Al acercarse el mediodía se empieza a ver una mayor concentración de coches que se acercan al centro comercial, mismo que sirvió...

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