Castañón en la Academia

AutorChristopher Domínguez Michael

El crítico, el traductor, el poeta y el editor forman en Adolfo Castañón una sola figura ejemplar, la del escritor-bibliotecario, para quien la conservación y el catálogo del bosque de los libros es la garantía que salvaguarda el dominio de la literatura. La obra de Castañón puede ser ordenada de maneras distintas, siempre y cuando se respeten las coordenadas dispuestas por los dioses penates que guían su tarea, Michel de Montaigne y Alfonso Reyes.

"La crítica es acaso el único modo congruente de alta cultura", ha escrito Castañón y a las letras mexicanas, hispanoamericanas y europeas ha dedicado al menos tres colecciones de ensayos y reseñas: Arbitrario de literatura mexicana (1993), América sintaxis (2000) y La cueva tiene dos entradas (1994). Del elogio de nuestros tres grandes maestros -Reyes (El caballero de la voz errante, 1988 y 1997), Paz y Cuesta- las lecturas de Castañón se desplazan hasta otros guías, como Jean Paulhan, Ramón Fernández y Roger Caillois, sin los cuales es imposible entender el continente más atractivo de su obra, el examen de esa ecúmene hispanoamericana que ha recorrido, peregrino en la patria grande, con alegría y tesón. América sintaxis contiene páginas esenciales sobre José Bianco y Silvina Ocampo, de la Argentina; Nélida Piñón y José Sarney, del Brasil; Nicolás Gómez Dávila, Álvaro Mutis y Fernando Charry Lara, de Colombia; José Kozer y Eliseo Diego, de Cuba; Nicanor Parra y Gonzalo Rojas, de Chile; Fernando Savater, de España; Ernesto Mejía Sánchez, de Nicaragua; Luis Loayza y Julio Ramón Ribeyro, en el Perú; Pedro Henríquez Ureña, en República Dominicana, y José Antonio Ramos Sucre, Mariano Picón Salas, Alejandro Rossi y José Balza, de Venezuela.

La nómina es asombrosa por su variedad y única en esa América que Castañón conoce no sólo como lector. No debe extrañar así que sea en el libro de viajes donde su personalidad se manifiesta de manera más grata, como ocurre en su periplo por la tierra nativa (Por el país de Montaigne, 2000) y en Lugares que pasan (1998), donde encontramos a un viajero literario para quien todas las formas de civilización devienen en literatura. Así, Castañón examina a Céline en el Delta del Orinoco, estudia la tendencia de los latinoamericanos a escapar hacia los cerros y repudiar los centros históricos, vuelve a desordenar esa trastienda matritense de la que hablara Ramón Gómez de la Serna, hace de las Canarias tierra firme y de Lisboa una isla, escudriña la etiqueta nobiliaria...

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