Abrazó Pacheco historia literaria

AutorSilvia Isabel Gámez

A José Emilio Pacheco, durante las sesiones de trabajo en el INAH, sus colegas historiadores preferían escucharlo. "La mayoría de las veces lo dejábamos monologar", recuerda Antonio Saborit.

Pacheco dirigía, con Carlos Monsiváis, el hoy desaparecido Seminario de Historia de la Cultura Nacional, en la Dirección de Estudios Históricos. Ingresó en agosto de 1972, invitado por el entonces director del INAH, Enrique Florescano.

Saborit era asistente de investigación junto con Emma Yanes Rizo. Entre los miembros fundadores estaban Héctor Aguilar Camín, José Joaquín Blanco y Nicole Girón. Adolfo Castañón, "pertinaz aprendiz", se proponía hacer una historia de la crítica literaria en México.

Cada proyecto de investigación generaba debates intensos, de cubículo a cubículo, recuerda Yanes Rizo. "No había alguien que 'tirara línea' a los demás, sino un conjunto de discusiones, más cercanas a la tertulia, que unas veces daba buenos frutos y otras no".

Los testimonios dicen que el impecable atuendo de Pacheco, fallecido este día hace un año, generó la broma de que había nacido vestido (Aguilar Camín), que a los investigadores que lo consultaban siempre les sugería un autor que enriquecía sus estudios (Luis Barjau), que su generosidad era tanta que cuando saludaba a un colega nunca olvidaba mencionarle la lectura de uno de sus trabajos (Yanes Rizo).

"José Emilio era una rara combinación de poeta, crítico e historiador, periodista y moralista", define Castañón. "Era una de las personas más serias que he conocido, pero nunca le conocí un momento solemne", agrega Saborit.

Para Pacheco, indica el director del Museo Nacional de Antropología, la medida de un trabajo estaba determinada por el compromiso personal, y la profundidad y seriedad con que se abordaba.

"Su sonrisa, que era franca, espontánea, abierta, contagiosa, te hacía creer que sí es posible conocer a alguien por su manera de reír, como afirmaba Dostoievski".

En la labor de Pacheco como historiador de la literatura, Castañón destaca su Antología del modernismo 1884-1921 (1990), y el Diario de Federico Gamboa (1892-1939) (1977). Pero considera que fue en su columna Inventario, que publicaba en la revista Proceso, donde renovó "las fraguas de la historia" y la combinó con la ficción.

"Era sin duda un lector inventivo, capaz de reinventar lo que leía y de 'jugar' con y contra la historia, política y literaria".

Su cubículo del entonces anexo al Castillo de Chapultepec siempre estaba abierto a los...

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