El 68: ¿qué cambió? ¿qué permanece?

AutorSergio Zermeño

Medio siglo después de "la revolución" cultural y política protagonizada por los jóvenes, Sergio Zermeño analiza las diversas reacciones frente a la remembranza de aquellos hechos, desde la nostalgia hasta la pesadumbre.

Fiesta, alegría y ambición

A medio siglo de distancia, recordar las imágenes del movimiento estudiantil mexicano nos empuja sin opciones a protestar contra la pobreza del tiempo presente. Es un desplante necesario. Quienes lo vivimos estamos obligados a traer a la escena la fiesta alegre y libertaria, y el sello ahogado en sangre de aquella explosión democrática. Pasado medio siglo estamos obligados, también, a reflexionar con la cabeza fría, a ir más allá del hecho obvio de que entonces fuimos libres y buscábamos con la vehemencia de los años tiernos una sociedad más justa, mientras que ahora la utopía parece desaparecer y nos hundimos en la corrupción, en la pobreza y en la violencia, no sólo de los poderes contra las personas sino de unas personas en contra de otras.

¿Por qué los cambios que han tenido lugar en México no fueron en la dirección que anhelábamos hace cinco décadas? Podríamos preguntarles a muchos españoles si, a pesar de sus crisis separatistas, inmobiliarias y de empleo, el país que querían al salir de la dictadura es el país que tienen. Seguramente las respuestas positivas serían muchas más que aquí, aunque ambos países se encontraban en aquellos años en parecidos índices de desarrollo, como han dicho economistas.

¿Estaríamos de acuerdo en que nuestra apertura indiscriminada al mundo global ha sido salvaje mientras que la Europa desarrollada fue más solidaria con los países del sur? ¿Estaríamos de acuerdo en que la explicación va también por el lado de que hemos sido una sociedad civil débil para controlar a los poderosos en su megalomanía y en su corrupción y en que el retiro concomitante del Estado dejó libre el terreno al narcotráfico y a la violencia? En torno a esto los mexicanos estamos abrumadoramente de acuerdo, sin duda. ¿Pero estaríamos tan alegremente de acuerdo en que siendo víctimas de la globalización y del imperio, de la corrupción y la violencia, mucho de nuestro fracaso se encuentra en que los jóvenes de aquella generación y de aquella epopeya hemos sido víctimas también de nosotros mismos, de nuestra cultura estatal, de nuestra fascinación por el vértice, de nuestra ambición de poder?

A todos maravilló en aquel otoño que un Estado poderoso, producto de una conflagración tumultuaria y...

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