Escalera al cielo / Bioy y el amor

AutorChristopher Domínguez Michael

Pocos testamentos, esas "bombas de tiempo" como las llamaba Adolfo Bioy Casares, han causado tantos trastornos como el suyo. Fallecido el 8 de marzo de 1999, dejó el 20 por ciento de sus bienes a su enfermera y el resto resultó un berenjenal, según leo en El Clarín.

El otro 80 por ciento se dividía entre su hijo Fabián y los nietos del escritor, linaje, a su vez, de la fallecida hija de una relación extramatrimonial del prosista aunque reconocida por él y por la cuentista Silvina Ocampo, su esposa de toda la vida, muerta en 1993, a la cual le interesaban cosas diversas a la vida erótica de Bioy. Pero Fabián mismo, también hijo de otra señora, murió en 2006. Se calcula en millones de dólares la herencia en litigio entre la enfermera y el nieterío, que incluye los derechos de autor de Bioy y de Silvina, numerosos escritos inéditos y la biblioteca de la pareja, actualmente embodegada y mal conservada: es acaso la más valiosa de la Argentina, pues era la que Borges, el íntimo de la familia, careciendo de biblioteca propia, leía, consultaba y anotaba.

El dramón sucesorio, aún sin desenlace previsible, no sorprenderá a los admiradores (que son más que sus lectores) de Bioy, quien quiso ser, como se titula uno de sus libros más característicos, El héroe de las mujeres (1978). Héroe o villano, habrá que preguntárselo a sus amantes, que fueron muchísimas, una de ellas, ya se sabe, Elena Garro, la primera esposa de Octavio Paz, quien murió lamentando que Adolfito no se la llevará, según confesó en una de sus últimas entrevistas. La admiración de Paz, muy gran señor en esos asuntos, por la obra de Bioy se mantuvo inalterable, y del final de su matrimonio con Garro quedan fotos en que aparecen todos juntos departiendo, acompañados de Laura Helena Paz Garro, esta última, ella sí, convencida de que la gran desgracia en la vida de su madre no fue su papá sino el gran seductor argentino.

Me engolfé con especial morosidad y subsecuente morbo en sus Historias de amor (1975), pues, aunque nunca vi a Bioy, sí he conocido damas que aseguran, y no tengo motivo para dudar de su veracidad, haber disfrutado su intimidad. Con ese agregado, por fuerza extraliterario, traté vanamente de averiguar, a través sólo de los cuentos y sin recurrir, por capricho metódico, a la información biográfica, qué clase de amante habrá sido Bioy o cuál sería finalmente su idea de las mujeres. Naturalmente, juzgado con los baremos de género del siglo XXI, los conquistadores de Bioy...

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