Juana Inés Dehesa / Hay clases

AutorJuana Inés Dehesa

Todo el mundo, en el fondo de su corazón, alberga a un sociólogo. Todos tenemos nuestra propia forma de jerarquizar a los seres que nos rodean y de ranquearnos en consecuencia, desde por el lugar en el que vivimos, hasta por la facha que tenemos. Como ese amigo mío que, mesurado y gentil para cualquier otro menester, salía de sus cabales y poníase frenético cada vez que se le recordaba que, por un extraño ajuste de los encargados de la planeación (jojojo) urbana, su casa había pasado de estar en la colonia Tlacopac, de tanto abolengo, a situarse en la muy adocenada y furris colonia Campestre, o los prófugos de mi escuela, que aullaron de desaliento el día en que el plantel se mudó de la aristocrática Mixcoac (frente a la finca de Yves Limantour) a la todavía agreste e indómita Villa Coapa (donde dicen, sin demasiado fundamento, que la mujer es goapa).

Así, todos somos capaces de, frente a un conjunto de individuos, ordenarlos en tipos y estratos: aquella parece niña de la Ibero, aquél habla como de la Bondojo, el que se viene durmiendo en el pesero probablemente viene desde Chalco, la que se pelea a golpes en el andén del Metrobús tiene pinta de ir a la Coliseo y un largo etcétera.

Lo cual puede ejercerse con amplia libertad, yo creo, siempre y cuando no afecte a nadie. Y siempre y cuando no trabajemos en la Secretaría de Economía o en la Profeco. No sé si ya se habrán enterado, pero la semana pasada se publicó en el Diario Oficial -esa joya cuya capacidad para reverberar en la mente de sus lectores deja turulatas a las sombras de Grey- el Acuerdo por el que se aprueba el Programa Nacional de...

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