Colaborador Invitado / Zoé Robledo: Cuarón y el debate público

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En febrero pasado el ex presidente de España, Felipe González, y el presidente de Cataluña, Artur Mas, celebraron un debate público -en televisión abierta y horario estelar- sobre uno de los temas más trascendentales, y polarizantes para España y Europa: el nacionalismo independentista, en este caso el de Cataluña. Durante más de una hora y media y con un interlocutor mediante, dos representantes de ideas y visiones de país distintas se enfrentaron en el plano de los argumentos. No tenían la intención de convencer uno al otro, mantuvieron sus posiciones sin ceder. Pero lo hicieron con tal respeto, tal elocuencia, tal pasión que, como dice Juan José Millás: "al comunicarse entre ellos pusieron en comunicación algunas partes de nosotros que tienen también dificultades para relacionarse entre sí, especialmente en asuntos políticos".

Para muchos es claro que el elemento sustantivo de una democracia estriba en el tipo, sentido y alcance de sus discusiones públicas frente al conflicto entre intereses (de Estados, comunidades, grupos, individuos) distintos. Cuando una democracia concentra la evaluación de su calidad únicamente en los procedimientos y las reglas formales se convierte en una democracia hueca y probablemente también ineficaz. Esto es lo que Jürgen Habermas denominó la "situación ideal del discurso", la cual permite a los individuos encontrar distintos puntos de vista frente a un mismo tema y dirimir sus diferencias a partir de una discusión libre en donde los argumentos se expongan respetando los presupuestos de inteligibilidad, veracidad y racionalidad. Es decir, la calidad de la democracia está en la manera en la que ésta ha logrado institucionalizar el disenso.

En México ocurre algo distinto. A más de dos semanas de que el director Alfonso Cuarón haya realizado 10 preguntas al Presidente de la República sobre la Reforma Energética, nuestra democracia discute algo impensable: la calidad y posición moral de Alfonso Cuarón para haberse atrevido a hacer tal despropósito. Cualquier atisbo de razón que pudiéramos encontrar en tal ejercicio queda suprimido de la discusión porque "¿Quién se cree Alfonso Cuarón para interpelar al Presidente?".

Lo que sucede con Cuarón no es menor. Nuestra transición política lleva años trabajando en el desarrollo de más y mejores reglas para ponernos de acuerdo. Esto, en el fondo, oculta un temor a todo aquello discontinuo, batallador, contestatario y que pueda sacudir el orden esperado de las cosas. Dicen...

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