DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

Cargo el peso de una culpa ajena que me llena de remordimiento. Esa falta tiene casi 70 años de edad, y sin embargo la llevo conmigo todavía. A veces, en alguna noche de duermevela, se me aparece repentinamente y me mira en medio de la oscuridad. Entonces las tinieblas de la habitación se pintan de rojo con el color de la vergüenza... Aquella mujer se llamaba Macaria. Vivía sola en La Calera, un lugar apartado y polvoriento que estaba entre los ranchos El Refugio y La Soledad. En El Refugio pasábamos de niños las vacaciones grandes: dos meses largos -¡ay, tan cortos!- del verano. ¡Qué de hermosuras tenía aquel refugio! Los Ojitos, donde brotaban manantiales cuyas aguas de cristal y música iban luego por las acequias festoneadas de picante berro... La Magueyera: ahí campeaban las descaradas liebres que se burlaban del acoso de los perros dando saltos olímpicos por el chaparral... El Pasito, un canal de riego tan niño que hasta los niños podíamos cruzarlo con un solo paso... La Mojonera, una lomita -el Everest para nosotros- coronada por la gran piedra blanca que señalaba el límite de aquella vasta propiedad... A todos esos lugares podíamos ir los niños, libres, solos. A todos, menos a uno: La Calera. ¿Por qué no podíamos ir a La Calera? Porque ahí vivía Macaria, y Macaria era bruja... Por las noches, al terminar la cena, las estrellas en lo alto como cocuyos, en el jardín los cocuyos como estrellas, salíamos al portal, y ahí nuestras madres nos contaban con misteriosa voz los malos hechos de Macaria. La vez que mató un perro con la pura mirada. O cuando el hijo de Josefa López la vio en el momento de convertirse en lechuza, a consecuencia de lo cual el muchacho quedó mudo para siempre. O la pequeña que vino de Saltillo a un día de campo, y se acercó demasiado a la casa de Macaria. Jamás volvió a saberse de ella; hay quienes dicen que se la comió... Los niños oíamos aquello y nos llenábamos de temor. Las raras veces que Macaria venía al rancho corríamos a escondernos; si teníamos que ir a La Soledad hacíamos un largo rodeo para no pasar frente al jacal donde vivía sola. Ella nos miraba; nos sonreía; nos hacía señas para que nos acercáramos; nos mostraba en alto un vaso de aguamiel, como invitándonos. Pero nosotros ya sabíamos: era bruja; nos estaba atrayendo para atraparnos. A todo...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR