El Valedor/ Un crápula, perdulario

La oveja negra, mis valedores. Sobre esto voy a contarles una historia particular, bochornosa y morbosona, como podrán comprobarlo. Una historia de familia, qué pena. En fin.

Pues nada, que no sé cómo ni cuando, pero por ahí me resultó con que tengo un ahijado, pero qué ficha de ahijado, una ficha (signalética, como suele nombrarse a la que se asienta en el expediente penal, con al foto de frente y de perfil); una ficha de ahijado, que para vergüenzas no ganaba yo ni el salario mínimo. Tanto me llegó a fastidiar el tal sobrinito, tanto me abochornaba con su conducta desarreglada, que preferí no volverlo a ver. Para mí, como si no existiera, que ya había muerto, como quien dice. Y la paz.

Más tarde supe que se había ido a rodar por el mundo, y me imaginé que a arrastrar por los suelos el apellido. Allá él. Para mí ya estaba muerto y sepultado, y me olvidé hasta de su existencia. De esto hace ya sus buenos ayeres, que ya ha llovido (donde y cuando no se necesitaba, y hasta inundar pueblos enteros, y piérdanse las cosechas, y venga más tarde una espantosa sequía, y entonces piérdanse las nuevas cosechas. En fin, que esa ya es otra historia.) Pero ándenle: de pronto resulta que vuelvo a saber del ahijado. Por referencias de terceras personas me llegan noticias, y aquí lo asombroso: cuando yo esperaba escuchar que seguía el tal escribiendo su historia personal de desvergonzado que anda dando en qué decir, ¿qué creen..? Ahora recuerdo al de marras: ¿cuánto hará de esto? ¿Diez, quince años? Para ese entonces el bigardón había perdido el último rastro de dignidad y se tornaba un cínico de siete costuras. Seguro estoy de que tantos de ustedes lo habrán visto por ahí, exhibiéndose como lo que era por aquel entonces: un sinvergüenza y un baquetón, ya sin los últimos rastros de dignidad personal que le restaban de cuando joven. Ah, para mortificaciones...

Porque es de justicia la aclaración: cuando chamaco y todavía cuando llegó a la juventud el ahijado, no era un fulano de mal natural, qué va. De educación provinciana, su niñez fue vivida al amor de un viejo casco de hacienda y en la benévola compañía de mulas, pencos, cabritos, cabros de los ya añejones y uno que otro viejo big brother, en otras palabras: güey. Rústico, sí: cerril, pero de buenas hechuras y modales comedidos; cerrero el ahijado, pero de sangre liviana y una salud de cuerpo y una salud mental que se traducía en su mirada fresca, franca, derecha. Me acuerdo. Pero la ley de la vida, mis...

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