Cordes-sur-Ciel: Entre el cielo y la tierra

AutorJesús Pacheco

Saber que Cordes-sur-Ciel se traducía como "Cordes sobre el cielo" y ver la fotografía del pueblito montado sobre las nubes no fueron factores tan elocuentes como las palabras pronunciadas por nuestra guía.

Cobramos conciencia de que íbamos a un lugar muy alto, de calles empinadas, cuando nos advirtió que nuestro transporte no llegaría hasta el hotel: tendríamos que subir caminando, con las maletas rodando sobre piedras.

Las quejas y los reproches no alcanzaron a cobrar forma. Un imperturbable comité de bienvenida se encargó de hacernos olvidar la incomodidad: todas las construcciones parecían dar clases de historia en cada abrir y cerrar de puertas y ventanas.

Resguardadas por una muralla, se sucedían unas a otras a ambos costados de calles pequeñitas que invitaban a sustituir con la imaginación los autos por carruajes. La pequeña ciudad medieval había obrado ya su hechizo.

A paso apresurado, todos llevamos nuestras maletas al hotel y nos dispusimos a recorrer, a solas, en silencio y maravillados, cada detalle de Cordes-sur-Ciel.

Y aquí, "cada detalle" no es hipérbole. La vista exige detenerse igual en las flores que buscan seducir clientes afuera de cada tiendita y en las enredaderas que cubren con desfachatez casas enteras, hasta esas fachadas que podrían arrebatarnos días para contarnos su versión de la historia de ocho siglos del lugar.

Puede que el cálculo de Lawrence de Arabia fuera en realidad reservado cuando dijo que un artista podría estar aquí un año entero pintando cuadros bellos sin nunca repetirse.

Desterrar la soledad

En cada piedra de esas suntuosas residencias de inspiración italiana situadas en las calles principales de Cordes, quedaron plasmados desde los siglos 14 y 15 los capítulos de prosperidad de una época en la que el pueblo era conocido por la manufactura de telas y cueros.

Un par de ejemplos: La Maison du Grand Écuyer atrae con su ornamentación, que incluye pequeñas esculturas de personajes extraños dispuestas de peculiar manera en la fachada; y La Maison du Grand Veneur, que cautiva con sus ventanales de incuestionable herencia gótica y esas escenas de cacería representadas con altorrelieves que, incluso, confundieron a los historiadores hasta hace muy poco, haciéndolos creer que se trataba de la residencia de caza de Raimundo VII, conde de Toulouse...

Y la Maison du Grand Fauconnier es caso aparte. Aquí la suntuosidad puede recorrerse por fuera y por dentro: alberga un museo de arte contemporáneo.

En la...

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