Extracto

LAS VACAS DE STALIN

SOFI OKSANEN

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Mi primera vez fue diferente de lo que había imaginado. Creí que sería horrible, complicado, sucio, viscoso. Creí que sangraría y que se me revolverían todavía más las tripas. Creí que nunca llegaría a hacerlo, que no sería capaz, que no lo desearía, pero en cuanto escuché el crujir de las paredes abdominales, mi cuerpo decidió por mí. No hubo alternativa.

Fue divino.

La llama del mechero iluminó mis ojos brillantes y lánguidos. El primer cigarrillo después de la primera vez. También fue divino. Todo fue divino.

Los únicos signos que pudieron advertirse fueron la satisfacción y el júbilo. Tal vez la voz me saliera algo arenosa y quebrada, pero qué importaba.

Y yo sabía que también habría una segunda vez. Una tercera. Una centésima. Por supuesto, no a todas les pasa lo mismo: para algunas, la primera vez es también la última, pero desde luego que no para las que lo hacen bien y son buenas con él.

Yo fui buena desde el principio.

Eso sí, por mi inexperiencia, la primera vez vomité en el lavabo. También la segunda. Quizá hacerlo en la taza me pareciera algo indigno, algo humillante. En el lavabo no hace falta arrodillarse, pero una tiene que tener muchísimo cuidado para no atascar el desagüe. ¿Cómo se salva semejante situación estando de visita, por ejemplo? Sí, cuando queda vómito flotando en el lavabo y no logras desatascar el desagüe y no encuentras nada para achicar la papilla. En los cuartos de baño suele haber vasos con cepillos de dientes, pero fregarlos sin dejar rastro resulta poco menos que imposible: el dueño notaría los restos de jabón, y...

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