22 de febrero de 1913

AutorJuan Sánchez Azcona
Páginas93-102
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ace veintiún años ...
Hallábame prisionero y virtualmente incomunicado en
el salón de banderas del cuartel de San José en Puebla y aca-
baba de salvarme en unión de Chucho Urueta (de manera
que puedo llamar providencial y que he narrado ya en otra
ocasión) de un fusilamiento perentorio de orden superior, que
nos tenía recetado la “Secretaría de Guerra” de la naciente
usurpación... La víspera, Urueta había sido conducido a la
capital y su suerte me tenía más que preocupado, pues me
encontraba profundamente conmovido por el reciente asesi-
nato de mi entrañable y fraternal amigo Gustavo A. Madero
y de mi viejo y valeroso Adolfo Bassó. ¿Habrían asesinado
también al “divino embaucador”, el gran orador del Arte y
artífice del Verbo?... ¿Por qué, entonces, a mí todavía no me
asesinaban?
A primera hora de la mañana, un cabo dragón me entró el
desayuno con que manos amigas me favorecían cotidianamente,
y yo deshacía la portavianda cuando se presentó el coronel del
regimiento, don José María Camacho, que tan bondadosa-
mente se condujera conmigo en recuerdo de ancestrales ligas
de amistad, y me dijo nerviosamente:
22 DE FEBRERO DE 1913
H

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