“¡Te van a matar!, ¡te van a desaparecer!”

Vania Pigeonutt, corresponsal

AYOTZINAPA, Gro., septiembre 28 (EL UNIVERSAL).- Fue su única opción. La Normal Rural de Ayotzinapa, Raúl Isidro Burgos, representa la alternativa que tiene Rodrigo para dejar de ser artesano, formar una familia y vivir tranquilo cerca del lago de Pátzcuaro, Michoacán, poder comprarse un terreno, hacer una casa y tener una vida en paz. Su aspiración parece simple.

Rodrigo Morales Ignacio no llegó a la normal porque haya querido; sin embargo, las voces que le repitieron: “¡Te van a matar!, ¡te van a desaparecer!”, no le importaron. Su vida está hoy en Ayotzinapa, no se siente un valiente, él sólo quiere ser maestro.

Sí pensó en aquellas palabras que le dijeron sus padres antes de cruzar el umbral de su puerta en Ihuatzio, una comunidad purépecha de 3 mil habitantes, cuya principal actividad es la elaboración de artesanías, pero ya estaba decidido, dos años reprobados en la preparatoria, dos más en intentar entrar en la normal de Michoacán ubicada en Tiripetío “ya eran mucho tiempo perdido”.

A mediados de agosto pasado trabajaba en su pueblo ayudando en casa a realizar canastos. En su familia, compuesta por sus papás, él y sus dos hermanos, uno de 30 años y otro de 22 —maestro y normalista— elaboran canastos con un material parecido al Tule, que les permite tejer trenzas para formar los contenedores.

La noticia llegó hasta Michoacán en voz de representantes de la Federación de Estudiantes, Campesinos Socialistas de México (FECSM), a la cual pertenece Tiripetío: el interés por estudiar en Ayotzinapa bajó drásticamente, pero había que salvar a la institución.

Rodrigo escuchó un día de un estudiante de Tiriperío que no tenía que hacer examen en Guerrero, que la academia de segundo, encargada de la promoción de la convocatoria de nuevo ingreso estaba desesperada, así que le tomó la palabra y llegó de raid con una mochila y mil pesos.

Adiós lago de Páztcuaro y sus pescados blancos, una especie endémica que les permite disfrutar de un platillo regional a base de ajo. Bienvenido a Guerrero, donde conoció a sus 139 compañeros de academia: la sangre nueva ha pasado por primera vez las noches más frías de su vida y una soledad contundente.

Desde hace 22 días, porque los ha contado, no habla con su mamá ni su papá. Se está acostumbrando a las pláticas de “consciencia”, a ver a madres y padres todos los días en su lugar académico, a convivir con su dolor.

No hay clases. Son las 9 de la mañana. No se habla de casi nada más...

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