Yoriko Yasukawa / La recuperación de la realidad

AutorYoriko Yasukawa

Es posible lograr un mundo mejor en el lapso de una generación si nos aseguramos que todos los niños y niñas puedan desarrollar plenamente sus capacidades; crezcan con amor y protección en el seno de una familia; posean una identidad propia de la cual puedan sentirse orgullosos; se expresen con libertad y tengan voz en la toma de decisiones que afectan sus vidas.

En esencia ése es el reto que plantea a la humanidad la Convención de los Derechos del Niño. La Convención fue aprobada por unanimidad el 20 de noviembre de 1989 en la Asamblea General de las Naciones Unidas y luego ratificada por 191 países, incluido México.

La Convención es un consenso mundial logrado tras 10 años de diálogos. Su fundamento es el mismo que dio vida a las Naciones Unidas después de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial: la convicción de que un mundo de convivencia pacífica y desarrollo humano solamente es posible si se basa en garantías de bienestar básico y respeto a los derechos de todas las personas.

¿Cuál es la realidad en México a 14 años de la aprobación de la Convención? México ha alcanzado avances significativos. Hoy mueren menos niños por causas evitables, van más niños a la escuela y hay menos niños desnutridos que hace algunas décadas. Miremos la educación, por ejemplo: en 1950, menos del 40 por ciento de los niños entre 6 y 14 años iba a la escuela; ahora asiste más del 90 por ciento(1). La sociedad comienza, además, a comprender que los niños tienen derechos y no son meros objetos de protección y beneficencia. Este es un cambio de visión que se expresa en importantes reformas a la Constitución y a las leyes mexicanas.

Sin embargo, todavía falta camino por recorrer para alcanzar las metas de la Convención. En México, 17.7 por ciento de los niños menores de cinco años sufren retrasos en su crecimiento por desnutrición, en el área rural este porcentaje es tres veces más alto y entre los niños indígenas es cuatro veces mayor(2). Un niño mexicano apenas estudia en promedio cerca de ocho años(3). El 20 por ciento más pobre sólo estudia 3.5 años(4), de modo que seguirá siendo siempre pobre. Aunque las tasas de asistencia escolar son altas, no van a la escuela más de 2 millones de niños entre 5 y 14 años(5).

Quizás lo más terrible es que nos hemos acostumbrado a percibir esta realidad injusta como algo normal e inevitable: "qué pena, pero así es la vida...". Esta indiferencia es algo que se aprende, no es algo con lo cual nacimos. En Europa, en Japón y en...

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