¿De veras está maldito el oro negro?

En realidad, el valor material del petróleo no es reconocimiento nuevo. En este continente, ya desde antiguo los indígenas de México lo recogían de las chapopoteras naturales y lo usaban en sus ceremonias religiosas a manera de incienso. También se lo empleaba como colorante, como pegamento y con fines medicinales.

En la época colonial ya tuvo amplia utilización para calafatear los barcos. Es así que en las Leyes de Indias se lo señaló como propiedad inalienable reservada al dominio exclusivo de la Corona Española.

Finalmente, a mediados del siglo XIX, en los Estados Unidos se revelaron (Drake, 1859) sus posibilidades magníficas como iluminante.

En esta parte nuestra del globo abundaron tanto los científicos como los aventureros con el instinto visionario y olfativo bastante como para suponer aquí la existencia de petróleo. Sin las prohibiciones tajantes de los viejos colonialistas, se dieron las primeras exploraciones, mas sin resultado positivo alguno.

Mas como quien persevera alcanza, dos hombres de clara inteligencia y audacia indiscutible, el inglés Weetman Pearson y el estadounidense Edward L. Dohoney, sí vieron sus ímprobos esfuerzos coronados por el mejor de los éxitos: del subsuelo mexicano, rico en oro y plata y otros minerales preciosos, brotó al fin el codiciado oro negro, que en la azarosa centuria de los energéticos, el siglo XX, se convirtió en la riqueza mayor y propició alzamientos y derrumbes de imperios.

Abusando de la miopía y la complacencia de la dictadura porfiriana, los inversionistas norteamericanos y europeos desconocieron (retorcieron) los lineamientos de la ley del 24 de diciembre de 1901, que les otorgó amplias zonas del mapa para su explotación primaria, se erigieron en dueños absolutos de aquéllas.

La historia de ese periodo sucio es harto conocida: con miles de subterfugios las compañías extranjeras jamás pagaron impuestos al Estado; la explotación del subsuelo petrolífero se dio en términos leoninos y elementales, con extracción exhaustiva del crudo, sin cuidarse del mantenimiento y menos del acrecimiento de las reservas, y canalizando todo el producto, en flujo interminable, hacia sus matrices.

Más todavía, en la prepotencia y la inclemencia los invasores no se conformaron con ocupar las tierras baldías y nacionales ofrecidas dentro de los cauces legales, sino que invadieron tierras particulares, pues de plano consideraron al país como tierra de conquista. Nada los detuvo. Gozaban de la franquicia de...

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