La voz del padre Mora

AutorMartín Solares

Si el padre Joaquín César Mora Salazar supiera que se habla de él en tantos países, se sentiría profundamente incómodo, y con la modestia que lo distinguió nos invitaría a no perder tiempo en su persona, sino a prestar atención al tema que él consideraba en verdad importante: la pobreza extrema, la agresiva diferencia de condiciones entre los que tienen de sobra y los que no tienen nada. Preocupado por hacer el bien de forma discreta, le molestaba atraer los reflectores hacia sus labores de caridad.

Por desgracia es difícil mirar a otra parte: el asesinato que terminó con su vida y la del padre Javier Campos quedará marcado en la historia de México como el día en que la impunidad organizada transgredió límites nunca vistos y ultimó a dos irreprochables hombres de bien.

La primera impresión que uno se llevaba del padre Mora, siempre pasajera, consistía en advertir la extrema humildad de sus ropas y la calma con que hablaba. La segunda y definitiva era que bajo el más exigente punto de vista era un hombre que vivía de acuerdo a la imagen que tenemos de la santidad.

De los cuatro votos que hacen los jesuitas (obediencia, castidad y pobreza, más un cuarto de obediencia expresa al Papa), Mora aplicó de modo radical el voto de pobreza en cada instante de su vida. Baste decir que al jubilarse como profesor cedió su jubilación a la colonia Pescadores, y que al momento de morir, todas sus posesiones materiales cabían en una maleta. El padre Joaquín no se permitía poseer nada fuera de lo esencial mientras sus vecinos carecieran de lo elemental: medicinas, comida para el día, ropa, un refugio. Apenas se le conoció una decena de camisas a cuadros, de manga corta, un par pantalones de mezclilla desgastados, una backpack y un termo metálico que parecían comprados en el Ejército de Salvación. Quienes le obsequiaban una camisa o algo de dinero sabían que esa misma semana el padre Mora los repartiría entre los habitantes de los barrios más menesterosos de Tampico: la Colonia Morelos, el Cascajal e incluso las chozas más endebles de la colonia Pescadores, donde se le debe la construcción de la Capilla de San Rafael Arcángel.

Las personas que hacían obras de caridad en los sitios más necesitados de Tampico no tardaba en toparse con el padre Joaquín: en refugios para migrantes centroamericanos, como la "Posada del Peregrino", cerca de la central de autobuses; en los pasillos más recónditos del hospital civil, y por supuesto, en las colonias perdidas en los...

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