Vivaldi conmueve el corazón capitalino

CIUDAD DE MÉXICO, abril 6 (EL UNIVERSAL).- La Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México (OFCM) se presentó la noche de este viernes en el kiosco del Jardín Cultural de Primavera en el Zócalo capitalino para interpretar" Las cuatro estaciones", inmortal pieza de Antonio Vivaldi, presentación que contó con gran cantidad de asistentes que, conmovidos, admiró la majestuosidad del genio barroco traído a la vida posmoderna de la capital, bajo la dirección de la violinista Erika Dobosiewicz.

Poco antes de las 19:00 horas, cuando la orquesta ensayaba y afinaba sus instrumentos, la gente comenzó a aglomerarse en torno al kiosco desmontable que emulaba el que existió en 1878, escenario iluminado románticamente por cálidas luminiscencias como enredaderas, y desde el cual nacía la música que convocaba a los paseantes del corazón capitalino Conforme llegaban alrededor de la música que convocaba a los paseantes del corazón capitalino. Conforme llegaban alrededor de la plataforma, bajaban la voz, se desplazaban silenciosos, tomaban algunas fotografías y esperaban a que diera inicio el concierto, todo ello bajo un cielo lóbrego donde la luz no fenecía del todo y que, ciertamente, era una promesa de tormenta que ponía en juego la voluntad de los corazones estetas.

El ocaso grisáceo alebrestaba, quizás, el anhelo de "Belleza"; "Primavera", "Verano", "Otoño" e "Invierno", estructura de la obra presentada y compuesta en las primeras décadas del siglo XVIII, aconteció exitosa entre el público, cuanto más variopinto, de toda clase social, de toda clase de piel y edad; sin embargo, todo él se disponía, silencioso, a la contemplación ya desde que iniciara, puntualmente, el allegro de la "Primavera", y a pesar de las fallas técnicas con que zumbaban las bocinas, la gente permanecía conmovida, más presta al deleite que a la crítica, y múltiples eran las manifestaciones de esa tierna conmoción, pues los había quienes se abrazaban en su amorosa juventud, otros que seguían los compases con ademanes histriónicos en su soledad, y había familias enteras que convidaban a las nuevas generaciones del banquete musical primaveral.

Era curioso, también, ese vaivén de vendedores que interrumpían a momentos los acordes con sus voces que se perdían entre la multitud; voces que, a pesar de dar la nota irónica, no resultaban ofensivas, sino que eran cuasi epifanías de ese sello específico del Centro Histórico. "¡¡¡Chicles, paletas, cigarrillos!!!", clamaban y desaparecían, como...

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