Virus maldito

Mexicanos, ya se van los enemigos! Gritó tres veces una mujer que acudió por agua a uno de los canales y vio cómo los españoles y tlaxcaltecas abandonaban de madrugada la ciudad de Tenochtitlán. Uno de los hombres que velaban desde el templo de Huitzilopochtli, dio la voz de alarma a los guerreros: ¡Ah, valientes mexicanos, ya se van los enemigos, comiencen a pelear que se van!

Los alaridos retumbaron en medio de la noche, haciendo eco con los caracoles y teponaxtli que dieron un aire lúgubre a la lucha. El combate fue cruento, miles murieron apilados entre los caminos, acequias y pasos. Los diezmados soldados llegaron a Popotla en la noche y se dice que junto a un gran árbol ahuehuete, Hernán Cortés lloró su derrota.

En el transcurso de los siguientes días las actividades no pararon, el Huey Tecuílhuitl fue venerado con adornos, ropas finas, plumajes de quetzal, papagayo y águila.

Los representantes del dios se adornaron para la ocasión con finas máscaras de turquesa y collares de oro.

Pero el mal ya estaba diseminado desde el día en que Moctezuma los dejó entrar a la ciudad. Poco a poco y en silencio se apoderó primero de unos cuantos, fue una enfermedad que destruyó mucha gente, una gran peste que contagió a todos rápidamente.

Justo había pasado un año desde su huída esa terrible noche, y como presagio de su llegada, apareció este otro mortal enemigo.

Comenzó en la veintena de los días correspondientes al mes Tepéilhuitl (fines de septiembre).

Los moradores sufrieron fiebres elevadas, cansancio, dolor en todo el cuerpo y vómitos. Empezaron a salir unas manchas rojas en su boca y lengua, veían horrorizados cómo por todas partes del cuerpo se extendían.

En la cara, cabeza, pecho y extremidades se multiplicaron unas pústulas o granos pegajosos. Nadie podía caminar de un lado a otro, estaban ahí sin poder moverse, ni voltear a un lado, o acostarse de frente o espalda, y si lo hacían, gritaban desgarradoramente.

Miles murieron por esta enfermedad que se apelmazaba en sus carnes, tan contagiosa era que arrasó pueblos enteros. Nadie se ocupaba de nadie, muchos se quedaron solos llorando su desdicha. Estaban sin comida, no había nadie que se compadeciera y les diera un poco para mitigar el hambre, tristemente fueron pasando a mejor vida. Algunos que estaban lejos se salvaron de morir, pero a otros sí les alcanzó un poco y sus...

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